Sierra del Palo

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Nos habíamos propuesto llegar a la cumbre como fuera. La vez anterior nos entretuvimos con lo grande, con lo pequeño, con lo bonito y hasta con lo feo y perdimos tanto tiempo… que nos tuvimos que volver mucho antes de tocar la cima. Incluso así, intentando abandonar aquel lugar apresuradamente, nos sorprendió la noche. Aquello nos dejó tan mal sabor de boca que no hemos tardado ni dos semanas en volver a recorrer aquellos inhóspitos parajes.

Diciembre. En esta ocasión decidimos partir como una media hora antes y volvimos a hacerlo desde el Puerto de las Viñas, en Villaluenga del Rosario. Abrimos la puerta del coche y el frío nos golpeó el rostro. A pesar de que sabíamos que la temperatura había caído en picado, el frío nos cogió por sorpresa.

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Nos colgamos la mochila, yo incluso me puse los guantes, y así… bien abrigaditos dimos el pistoletazo de salida. Bajamos por la pista hasta Los Llanos del Republicano y no nos entretuvimos ni en hablar, como si estuviésemos enfadados. Salimos del alcornocal y llegamos a un muro de piedra, allí, en la linde, había dos encinas y vi como entre sus ramas se filtraban los rayos del sol, me gustó lo que vi y disparé sin apuntar, qué valiente.

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Avanzamos por el llano hacia el Puerto del Correo. El suelo estaba completamente helado, las bajas temperaturas habían hecho de las suyas y la hierba había dejado de ser verde. El inconfundible color del frío había teñido aquellos parajes e incluso una fina capa de hielo cubría el arroyo de los Álamos.

Pasamos junto a un arce de escasas hojas amarillas y comenzamos la subida. A medio camino nos detuvimos y volvimos la vista atrás, el sol proyectaba sobre los llanos la sombra de la silueta de las montañas en las que estábamos. Esa línea perfilada por el sol definía el color de la hierba, a un lado verde y al otro gris, en la sombra.

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Volvimos a pasar junto al refugio del Puerto del Correo y continuamos por el sendero que zigzagueaba por aquella empinada ladera. Cuando llegamos a la cota más alta del puerto conseguimos otear la Sierra del Palo en el horizonte, allí muy arriba, nuestro destino.

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Iniciamos la bajada del puerto y llegamos a los Llanos de Líbar. Caminamos junto al muro de piedra y una vez más, como hace dos semanas, llegamos al “saltaero”. En esta ocasión lo notamos algo más inclinado que la vez anterior. Sin problemas subimos por aquellos separados peldaños y pasamos al otro lado de la alambrada.

En este punto tomamos una dirección distinta, mientras que hace dos semanas pateamos todo el polje hasta el cortijo de Líbar para subir al Tunio, en esta ocasión optamos por asaltar la Sierra del Palo por derecho, sin miramientos.

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Y vimos aquella mole caliza que teníamos ante nosotros y no se nos cayeron los palos del sombrajo. Habíamos llegado otra vez hasta aquí, a este apartado lugar, con el firme propósito de tocar su cumbre y lo íbamos a conseguir.

Nos miramos los cinco y no dijimos nada, con la mirada bastó, nos ajustamos bien la mochila, tragamos saliva e iniciamos la subida en fila india. Pasamos otra alambrada… y otra más, y nos aproximamos al límite del bosque. Una vez dentro de la floresta nos fuimos equivocando una y otra vez, siguiendo erráticos y difusos pasos de fauna.

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A media ladera nos detuvimos a admirar el paisaje, ¡qué vistas! ¡qué belleza!. La Sierra de los Pinos… la de Martín Gil… El Peñón de Líbar… La Salamadre… Y en eso estábamos cuando oímos un ruido en unas encinas achaparradas a nuestra izquierda, de repente… dos ciervas salieron despavoridas de su escondite y se adentraron en un bosquete un poco más abajo. Una visión efímera más de la belleza que atesoran estos parajes, tan pronto como llegaron… se fueron. Los cinco cerramos la boca, nos quitamos la baba con el dorso de la mano, nos ajustamos la mochila y seguimos adelante.

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Localizamos un muro de piedra casi derruido que subía por la ladera. Las encinas quedaron atrás, algo más abajo, y nos adentramos en el territorio de la jara. A partir de ahí la pendiente fue mucho más acusada. Unas malditas piedras pequeñas y traicioneras que parecían estar vivas nos hicieron resbalar en numerosas ocasiones.

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Y seguimos subiendo hasta que alcanzamos el collado. Allí nos detuvimos a recobrar el aliento porque aún faltaba lo peor. Desde aquella atalaya miramos al sur y vimos el Peñón de Gibraltar… un Mediterráneo de aguas doradas surcado por mercantes… Ceuta… las estribaciones del Atlas marroquí… tan a la mano, tan cerca que si hubiese tenido unos potentes prismáticos hubiese visto a unos buenos amigos que andaban por allí.

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Nos giramos a la izquierda, miramos arriba y ni siquiera hicimos lucubraciones acerca de cuánto nos quedaba para llegar arriba. Ante nosotros, formaciones calizas de afiladas aristas, un lapiaz que se nos antojó inexpugnable. Cada uno fue subiendo como pudo.

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En aquel páramo desolado, un desagradable vientecillo del norte contribuyó a que la sensación térmica fuera menor. Sentí mucho frío y me detuve, mis compañeros de expedición siguieron adelante. Trasteé en la mochila y saqué un polar, lo dejé caer sobre las piedras, que quité el “79100 true black L” (no sé cómo se llama esa prenda medio impermeable medio chubasquero y cuarto y mitad de abrigo que uso en este tipo de salidas al campo, así que me he ceñido a transcribir lo que indica su etiqueta) y sentí un frío de mil demonios.

Más pronto que ojú me coloqué el polar, me volví a encasquetar el “79100 true black L” y me ajusté los guantes. Bien, eso ya era otra cosa, poco a poco estaba entrando en calor, je je… sonreí. Me colgué la cámara del cuello y decidí seguir adelante, la sonrisa me duró poco. Miré hacia arriba y no había nadie, me habían dejado solo, ahhhhh, solooooo… en medio de aquella interminable amalgama de piedras, líquenes  y lastón, mam….

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No me quedó otra que seguir subiendo entre aquellas piedras de aristas afiladas, un poco más arriba conseguí distinguir a mis compañeros que hacían lo mismo que yo, subir y subir, subir… y subir.

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Nos reagrupamos en una falsa cima que resultó no ser nuestro objetivo. Desde aquel lugar vimos la cumbre del Palo, allí a lo lejos. Para llegar a ella antes  debíamos sortear varias dolinas donde moraban majoletos parasitados por marojos.

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Y por fin alcanzamos la cima del Palo, hacía un frío de garabatillo. Desplegué las patas del trípode, le ajusté la cámara y disparé con el temporizador. Hacía tanto viento que a poco sale movida, pero conseguí captar el momento en toda su esencia, cinco intrépidos montañeros en aquella cumbre que les había hecho sudar a pesar de las bajas temperaturas, pero sobre todo con la agradable sensación del deber cumplido.

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Aquel lugar nos obsequió con unas vistas espléndidas. A nuestros pies Jimera en el Valle del Guadiaro, detrás el Valle del Genal salpicado de pequeños pueblos encalados. Ronda… La Sierra de las Nieves… Los Reales de Sierra de Bermeja…, y a nuestra espalda la Sierra de Cádiz.

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Estaba próxima la hora del almuerzo y comprobamos que aquel no era el sitio más idóneo para la ingesta. Decidimos comenzar a bajar por la otra ladera. El viento seguía soplando y nos abrigamos a conciencia. Ronda… vigilante.

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Oteamos El Tunio en la lejanía y hacía allí nos dirigimos. Aún nos quedaba un largo trecho por recorrer donde no existía ni el menor atisbo de vegetación arbórea a excepción de dos raquíticos majuelos.

Seguimos caminando bajo la atenta mirada de aquella formación rocosa tan llamativa que recibía el nombre de El Tunio. Pasamos junto a un pozo de nieve totalmente colmatado y una pared de piedras apiladas que serían los restos de una corraleta.

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Y llegamos a donde las pilas labradas en la piedra y no les hicimos ni caso. Ya “perdimos” bastante tiempo con ellas la vez anterior, de hecho fueron las culpables de que nos sorprendiera la noche.

Protegidos del viento por la formación rocosa que asemejaba un indio dimos buena cuenta de nuestras viandas. Y allí sentados pasamos un buen rato entre risas y charla. Miramos el reloj y caímos en la cuenta de que una vez más… nos podía sorprender la noche.

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Más pronto que “ojú” desmontamos el campamento y nos echamos la mochila a la espalda. Emprendimos el camino de vuelta y llegamos a una balconada desde donde divisamos el cortijo de Líbar, allí muy abajo.

Entonces recordé haber bajado por aquella escarpada ladera hacía muchos años. Sabía que si consiguiéramos atajar por allí ahorraríamos bastante tiempo. A pesar de que parecía una idea descabellada, conseguí convencer a mis compañeros de expedición e iniciamos la bajada.

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Pusimos especial cuidado en no resbalar, poco a poco descendimos hasta llegar al borde del bosque. Allí nos topamos con la antipatía de majuelos y rosales. Y dentro de aquel abigarrado matorral no nos quedó otra que bajar y bajar, siguiendo sendas de tierra negra trazadas por ciervos y cabras.

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Una vez en Los Llanos del Líbar los cruzamos apresuradamente porque se nos echaba la hora encima y no queríamos que nos volviera a sorprender la noche. A pesar de las prisas nos deteníamos de vez en cuando para fotografiar todo lo que se ponía a tiro.

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Llegamos al Tiro la Barra, bajamos a los Llanos de Republicano, nos adentramos en el alcornocal, y en esta ocasión… llegamos con luz.

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7 respuestas a Sierra del Palo

  1. charomora dijo:

    Esta vez la Sierra del Palo no pudo con vosotros. Como siempre un placer leerte, es como si hiciera la ruta con vosotros, pero mucho mas descansado. Un saludo.

  2. Selu dijo:

    Me gusta leer estas entradas en las que soy en parte protagonista. Por cierto Carlos, en referencia al momento en que te dejamos sólo, aunque cada uno fue subiendo a su ritmo, ten por seguro que estábamos en todo momento pendiente y consciente de que estabas un poco más abajo, Miguel puede dar fe que preguntaba por ti y te esperábamos a cada poco, más que nada por si teníamos que llamar al helicóptero. Fuera de bromas, cada vez que quiera recordar estos pateos que nos damos, me vendré a tu blog a rememorarlas. Saludos «ompañero».

  3. Pepe Sanchez Toro dijo:

    Estoy de acuerdo con Selu, «te vigilabamos». No te podias escapar, sobre todo porque…….
    «EL TRACK ERA EL MIO».
    Feliciddades Carlos, y muchas gracias.

  4. Me ha gustado mucho el post. Conozco la zona y el blog me permite desde Extremadura visitar mi tierra. Gracias.Por cierto, el Instituto Geográfico Nacional recaba fotografías particulares de vértices geodésicos, por si le interesa compartirlas ya que están recabando la participación para inventariarlas en imágenes. Un saludo

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