IV Quedada Bloguera

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Ay mis botas, pobrecitas mis botas, vamos a ver si no cogen una buena gripe. Y eso que empezaron el día contentas, alegres y saltarinas. Todavía no nos conocemos bien y no estamos del todo compenetrados. Es la segunda vez que vienen conmigo y no quiero que se acobarden. Aquí estoy acurrucándolas en mi regazo, dándoles un poco de mimo, acariciándolas por fuera con un pañito húmedo y secándolas por dentro con las páginas deportivas del periódico.

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Por la mañana temprano ni yo ni mis botas teníamos la más remota idea de dónde nos llevaría Jesús, nuestro particular maestro de ceremonias. Hoy se ha celebrado nuestra IV Quedada Bloguera y mientras que las anteriores han tenido lugar en los Alcornocales…en está ocasión hemos cambiado de escenario y nos hemos ido a la Sierra de Grazalema. Y todo comenzó en Benaocaz ante la encalada fachada del cementerio.

Bueno… lo cierto es que para algunos de nosotros el pistoletazo de salida tuvo lugar mucho antes en la Venta Julián. Allí nos tomamos un desayuno de los de antes, de los de verdá.

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Comenzamos a subir y las resbaladizas piedras del camino nos obligaron a poner especial cuidado. Caminábamos a la sombra, poco a poco el pueblo fue quedando atrás. Hacía frío, aún no soplaba viento y el cielo estaba completamente despejado. Fuimos cogiendo altura.

Dejamos atrás dos angarillas cerradas y el sendero mantuvo una misma cota entre las encinas. Por fin el sol despuntó y sus rayos se filtraron entre las ramas, enfrente.

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Pronto nos topamos con edificaciones de otros tiempos, bajo unas encinas al respaldo de unas piedras localizamos un horno, o mejor dicho, lo que quedaba de él.

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El sendero se adentró en la umbría, allí en lo más recóndito visitamos la fuente Ojito Nogal, un impresionante caño hacía rebosar los dos pilones y el agua se desparramaba por la ladera.

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A partir de ahí el sonido del chapoteo de nuestras botas nos acompañaría durante toda la jornada. Ay mi botas.

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Un poco más adelante hubimos de vadear el arroyo Pajaruco. Bajaba bravo, alegre e impetuoso y lo hicimos por unas piedras que se volvieron mucho más resbaladizas a medida que pasábamos uno tras otro.

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Cruzamos el arroyo, y en la otra vertiente el sol quedó detrás, nos caldeó la espalda y lo agradecimos. Nos detuvimos en un mirador desde donde disfrutamos de unas vistas espectaculares. Subí por la ladera y capté a mis compañeros embelesados con la belleza del paisaje.

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Después de señalar y nombrar de viva voz casi todo lo que teníamos ante nosotros, que si la Silla, que si el Ojo del Moro, que si el pico Adrión, que sí Arcos que si… que si… Jesús, señalando con el dedo a lo más profundo de aquella cañada, nos indicó que allí abajo había una fuente, nos alertó de que lo que ahora bajáramos después lo tendríamos que subir. Nadie dijo nada, nuestro guía comenzó a bajar y todos le seguimos… en comandita.

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Y nos sorprendió localizar el Nacimientillo, una hermosa fuente de pilones escalonados escoltada por varias higueras. En aquel lugar decidí hacer la primera foto de grupo de la jornada. Dispuse figurantes, desplegué trípode, encastré cámara, ajusté temporizador y hice clic en dos ocasiones. Me quedé con la que aparecía menos despeinado.

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Empleamos mucho más tiempo en bajar que en subir. Entre charlas, risas y ocurrencias pronto estuvimos de nuevo en el sendero.

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El suelo estaba completamente encharcado, ahí es donde mis botas se asustaron por primera vez y a poco estuvieron de desbocarse, pero conseguí dominarlas. El suelo escupía agua y más agua, y bajaba por la ladera formando arroyos donde nunca los hubo incluso dando lugar a pequeños saltos y minúsculas torrenteras. El sonido del chapoteo de nuestras botas inundó aquellos parajes.

Atravesamos un hermoso bosque de quejigos desnudos que nos saludaron al pasar, tan sorprendidos como nosotros ante tanta avenida de agua. Nuestro guía tenía marcado un nuevo objetivo, este no era otro que llegar al Cortijo del Mitano y ahí que le seguimos sin rechistar.

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Debo reconocer que lo que vi… me cautivó. Nunca me imaginé que en aquel apartado lugar existiera un cortijo como el que tenía ante mí. Esos recios muros, esa cuadra, ese horno y ese tiro de chimenea como no había visto otro… me cautivaron.

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Entonces caí en la cuenta del esplendor del que habría gozado en el pasado. Por un instante imaginé cómo habría sido la vida en el cortijo, los zagales que correteaban, el perro que labraba, ese abuelo sesteando a la sombra de la encina y aquel mozalbete apilando leña para calentar las frías noches del invierno.

Volví a la realidad y me apenó comprobar que aquello que tenía ante mí se estaba deshaciendo con el inexorable paso del tiempo, y lo más triste de todo es que nadie estaba dispuesto a detenerlo.

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Delante de la fachada del cortijo nos hicimos una foto de grupo. Esta sería más tarde la foto oficial de la IV Quedada Bloguera. Y allí posamos todos, unos más sonrientes que otros.

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Enfrente de la fachada principal del cortijo existían varios pilones alineados. Los había de diferentes tamaños adaptados a la altura y necesidades de los distintos tipos de ganado. Un pequeño acueducto que se perdía entre las zarzas le aseguraba el suministro continuo de agua. La fuente debía estar ladera arriba pero no la conseguimos localizar.

Lo que sí tuvimos la suerte de encontrar fue la piedra que hizo las veces de cantera de donde se extrajeron los pilones más pequeños para ser labrados más tarde.

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Nuestro guía nos mostró el cortado calizo por donde se precipitaba el agua al vacío dando lugar a la Cascada del Mitano. Esta llamativa caída de agua tenía lugar durante un breve período de tiempo tras unas intensas lluvias y hoy… no era el día.

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Lo que si nos sorprendió fue la altura desde donde caía el agua, y estuvimos en lo más alto durante un buen rato deleitándonos con la belleza del lugar.

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Me rezagué y conseguí fotografiar a mis compañeros bajo las encinas mientras nos dirigíamos hacia Fardela. Un desagradable viento comenzó a soplar con fuerza, bajó la temperatura.

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Me aproximé al cercado de piedras apiladas y conseguí ver Casa Fardela. A pesar de todas las veces que había estado en aquel lugar jamás la fotografié desde esa perspectiva. Y allí estaba sobre la pequeña loma, desencalada, solitaria, abandonada, flanqueada por dos chopos y a los pies de una impresionante mole caliza. Me gustó aquella composición y disparé.

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Pronto llegamos a la fuente de las Nueve Pilas Picás. Todos los pilones atesoraban agua, esto contrastaba con el aspecto que presentaba la última vez que estuve por estos lares, en aquella ocasión siete de sus pilones estaban completamente secos.

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Almorzamos a resguardo del viento detrás de una de las paredes de Casa Fardela, mirando de vez en cuando hacia arriba no fuera ser que cayeran algunas de aquellas desordenadas tejas.

Nos apenó comprobar su lamentable estado de conservación, el tejado de una de las estancias se había desplomado casi en su totalidad. En la otra no osamos entrar porque temíamos que se desprendiera alguno de los ladrillos de tabique, que asentados sobre las vigas de madera, conformaban el techo.

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La sobremesa fue breve y enseguida retomamos el camino, solo nos quedaba bajar por la Cuesta de Fardela hasta llegar a Benaocaz. El viento ya no nos abandonaría ni por un instante.

El chapoteo de nuestras botas marcaba el ritmo de la marcha. El suelo seguía escupiendo agua y se formaban arroyuelos donde nunca los hubo y efímeras charcas donde moraba alguna que otra sorprendida planta acuática.

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Entre las ramas de las encinas, un poco más abajo, nos pareció ver un pilón con agua y hacía allí dirigimos nuestros pasos. Y no estábamos equivocados, se trataba de una fuente que en ese momento dudamos que estuviera catalogada. Selu Valencia, quien en otras ocasiones fue mi guía acuícola, tomó coordenadas para comprobar más tarde si lo estaba o no.

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Y nuestras salidas al campo son relajadas cuando deben serlo. Nuestra edad marca el ritmo de la marcha, prudente en las bajadas, atemperado en las subidas y frenético cuando la noche se nos echa encima.

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El sol nos fue caldeando la frente. A nuestra izquierda quedaban los farallones calizos de la Sierra del Caíllo. En alguna de aquellas grietas habían anidado los últimos quebrantahuesos de estas agrestes montañas.

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De hecho uno de mis compañeros de expedición, José Manuel, localizó hace tiempo la ubicación exacta de dos nidos en aquellos cortados que desde entonces pasaron a llamarse los Tajos de Verner.

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Fuimos subiendo por un terreno donde la erosión había hecho de las suyas. Pocas especies botánicas osaban morar en aquel desangelado lugar.

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Jesús, nuestro maestro de ceremonias, nos quiso mostrar otra de las fuentes que salpicaban aquellos lugares. Se trataba de la fuente del Chiquero, tan oculta entre las zarzas que si no nos hubieran llevado hasta allí jamás la habríamos encontrado.

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Continuamos bajando casi en fila india hacia Benaocaz, y cruzamos prados salpicados de narcisos tan vapuleados por el viento que no fui capaz de hacerles una foto en condiciones.

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Atrás fueron quedando aquellas bellas montañas donde habíamos gastado el día e incluso llegamos a ver en lontananza algunas de las más altas cotas de la Sierra: el insigne Torreón y el San Cristóbal con su inconfundible silueta piramidal.

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Aún hubimos de bajar alguna que otra empinada cuesta, a nuestro ritmo. Y gracias a ese ritmo que nos caracteriza tuvimos la oportunidad de localizar alguna que otra belleza botánica.

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Unos metros más adelante oteamos la inconfundible silueta del Colmillo del Cao, en ese momento supimos que nuestra extraordinaria jornada de senderismo estaba a punto de concluir.

Un poco más tarde en un bar del pueblo nos tomamos un café. Estábamos tan a gusto en aquel sitio que continuamos de cháchara durante un buen rato, y allí hablamos de todo lo que no habíamos hablado antes. Ay mis botas.

 

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