III Quedada Bloguera

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Dentro de unos treinta años. Noviembre 2043

El domingo se presentó frío y lluvioso. Le costó incorporarse y se sentó en el borde de la cama. A tientas con los pies, sin ni siquiera mirar al suelo, buscó las zapatillas y se calzó. Avanzó por el pasillo renqueante, acababa de cumplir los ochenta y es que los años… no pasaban en balde.

Oyó jaleo en la cocina, pero siguió hasta la sala de estar y se sentó en aquel cómodo sillón que había envejecido con él. Miró hacia la ventana y vio cómo la lluvia salpicaba los cristales. Un ruido a su izquierda le hizo girarse

—Buenos días papá

—Buenos días hija, hoy has venido temprano —le contestó a la vez que la miraba por encima de las gafas.

—Pues sí, aquí tienes el desayuno y… te he traído el periódico. Viene algo que te va a gustar.

—Gracias hija, no hagas mucho ruido… tu madre sigue durmiendo.

Se quedó solo en la habitación, se puso por delante el periódico y fue pasando las páginas leyendo titulares y viendo las fotos, como acostumbraba a hacer.

Levantó la taza de café y se la aproximó a los labios, a punto estaba de dar un sorbo cuando leyó… “Ayer tuvo lugar la XXVI Quedada Bloguera”.

Dejó la taza sobre la mesa y leyó el artículo con detenimiento. Supo que habían participado casi cien personas venidas de todas partes, incluso había asistido un australiano. Se sorprendió al comprobar cómo habían cambiado las cosas, el periodista también mencionaba que el alcornocal se estaba regenerando gracias a una estricta política de conservación basada en un control exhaustivo de grandes herbívoros y otra serie de medidas relacionadas con la repoblación y con la explotación del corcho.

Continuó leyendo y supo que el senderismo y las actividades relacionadas con la naturaleza habían dinamizado la actividad económica de la comarca de tal forma que…

Volvió a coger la taza y dio un sorbo, saboreó el café… y miró hacia la ventana. La lluvia seguía salpicando los cristales y con la mirada perdida… los recuerdos afloraron en su mente.

Había participado en muchas de las quedadas que se habían organizado pero una de ellas la recordaba como si hubiese sido ayer, concretamente… la tercera edición.

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Aquella fue una de las pocas ocasiones en las que la lluvia no fue la protagonista. Recordó que el día se había despertado con un cielo completamente despejado y temperaturas muy agradables. También recordó que habían quedado como a eso de las 9 de la mañana en el Centro de Visitantes del PN Los Alcornocales en Alcalá de los Gazules. Y allí coincidieron aficionados a esto del senderismo, unos blogueros y otros no. A algunos no los conocía en persona, solo sabía de ellos gracias a las redes sociales. Presentaciones y apretones de manos bastaron para conocerse de una vez por todas y sellar una amistad que treinta años después aún perdura.

En aquella quedada la idea era subir al Picacho. Se acomodaron en varios coches, dejaron atrás Alcalá de los Gazules y se dirigieron al punto de inicio del sendero. Una vez allí, buscaron en el maletero, mochilas, cámaras y bastones. Cruzaron la carretera, sortearon la angarilla de madera y dio comienzo la caminata.

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Fueron bajo los árboles en fila india, a los quince minutos de iniciar la marcha subieron un pequeño repecho y llegaron a la laguna. Recordó que en otras ocasiones la había visto mucho más llena. Allí estuvieron un buen rato disertando sobre la seca del alcornocal.

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Apoyados en la valla de madera que recorría el perímetro de la laguna se hicieron la primera foto de grupo del día.

Dejaron atrás la laguna y continuaron con la marcha, pasaron por una encrucijada de senderos donde había un poste que indicaba varios destinos. Unos metros más adelante les llamó la atención el sonido del agua. El arroyo de Puerto Oscuro bajaba impetuoso, bravo.

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Siguieron caminando bajo la floresta deteniéndose de vez en cuando con una araña… una seta… una planta… un alcornoque descorchado… Cruzaron el arroyo de aguas bravas por un puente de madera y subieron una pequeña loma que antaño estuvo cubierta de bosque.

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Recordó que hacía calor a ratos, ahora sí… ahora no, y unos y otros se fueron despojando de sudaderas y camisetas. Miraron al frente y allí estaba su destino: El Picacho… desafiante.

En fila india sin abandonar una senda bien marcada llegaron a un alfanje, testigo mudo de un oficio ya desaparecido por aquel entonces, el carboneo. Otra angarilla de madera recia les obligó a agacharse para poder pasar al otro lado. Recordó que casi todos actuaron de la misma forma, metieron primero su pierna izquierda, arquearon el cuerpo procurando que la mochila no rozara el travesaño superior, estiraron el cuello y con medio cuerpo al otro lado del cercado solo hubieron de levantar y encoger la pierna derecha, como perro que marca territorio. Una vez al otro lado, corregían la posición de la mochila y seguían caminando.

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Cruzaron una estrecha carretera cuarteada y siguieron ladera arriba, poco a poco fueron cogiendo altura, vadearon un tímido arroyuelo de aguas herrumbrosas y llegaron a un mirador. Desde aquella posición privilegiada otearon el paisaje. A sus pies una masa boscosa donde distinguieron la Laguna del Picacho y en la lejanía identificaron varios pueblos, Alcalá de los Gazules, Paterna de Rivera, Medina Sidonia, Benalup-Casas Viejas, Vejer de la Frontera…

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Alcanzaron una cota donde el alcornoque le cedió el sitio al pino. Gruesos y esbeltos troncos les acompañaron durante un buen rato. La tierra escupía agua como si de una esponja se tratase. En algunos tramos una amalgama de barro y acículas tapizaba el sendero y las gruesas raíces de los árboles hacían las veces de pequeñas presas, entonces recordó el inconfundible sonido del chapoteo de las botas.

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Antes de alcanzar el Puerto de la Calabaza notaron que la temperatura había bajado considerablemente, al llegar al collado el desagradable viento hizo que la sensación de frío fuera aún mayor. En ese momento unos buscaron prendas de abrigo en la mochila y otros se cruzaron de brazos encogiendo el cuello como queriendo entrar en calor.

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Un poco más arriba los pinos aparecían más dispersos y la herriza ocupó su lugar. Era el territorio del brezo y éste cubría la ladera salpicada de piedras decoradas con líquenes. Formaciones pétreas de caprichosas formas modeladas por la naturaleza a su antojo.

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Fueron ladera arriba por el cómodo cortafuegos sin seguir sendero alguno. Localizaron los restos de lo que parecía una construcción defensiva y lucubraron acerca de su origen y su utilidad. Recordó que sin llegar a ninguna conclusión decidieron seguir adelante.

Saltaron desde unas piedras y accedieron a un pequeño bosque de alcornoques, húmedo y sombrío. De la gruesa capa de hojarasca surgían numerosas setas de tonos claros, muy vistosas. Recordó que más de uno se arrojó al suelo para fotografiarlas. Dejaron atrás el bosquete y acometieron el asalto final hasta la cima.

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Se encontraron con una laja de piedra inclinada por donde el agua chorreaba como si de un manantial se tratase. Para evitar resbalones optaron por no subir por allí y giraron a la derecha. Les llamó la atención una enorme piedra que se mantenía a media ladera como si hubiera resbalado desde arriba.

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Siguieron el sendero entre aquellos brezos de poca altura, soportando el desagradable viento. Y por fin, unos metros más arriba, alcanzaron la cumbre. Recordó las vistas con las que les agasajó aquel lugar. Al norte… Grazalema, la Sierra del Pinar aparecía cubierta de nubes. Miraron al sur… más nubes cubrían el estrecho. Miraron al este… allí estaba el Aljibe, la cota más alta de los Alcornocales.

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Recordó que en aquel lugar privilegiado decidieron hacerse la segunda foto de grupo del día. Con el pico del Aljibe como telón de fondo dispuso figurantes, desplegó trípode, encajó cámara, ajustó temporizador, pulsó disparador y allí que corrió esquivando las piedras y sorteando vegetación hasta meterse en el encuadre.

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Qué tiempos… ojalá pudiera hacerlo ahora con su edad. Todos expectantes oyeron el clic de la cámara y enseguida abandonaron la “formación”.

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Tras la foto buscaron el lugar idóneo para almorzar protegidos del viento. Sobre una piedra inclinada se posaron como si de una bandada de estorninos se tratase. Allí, cómodamente sentados, dieron buena cuenta del menú de mochila que en esa ocasión fue de lo más variado. Recordó que Kiko sacó morcilla y butifarra, Miguel unos chicharrones, Selu… queso payoyo, como no podía ser de otra forma y José Manuel… un pan oscuro que no estaban acostumbrados a ver por aquel entonces, ahora sí.

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Y estando allí arriba, tranquilo y relajado cayó en la cuenta de que no había portado la mochila ni un solo instante. Su hijo se prestó a cargarla durante toda la jornada y… cualquiera de la quitaba. Cosa que agradeció, sinceramente.

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Serían las 4 de la tarde cuando decidieron emprender el camino de vuelta. Parecía mucho más tarde de lo que era, unas finas nubes habían oscurecido el día. La bajada fue mucho más lenta que la subida. En algunos tramos el sendero era una auténtica herida en la tierra y es que la erosión había hecho de las suyas.

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Llegaron al Puerto de la Calabaza y giraron a la derecha. Dejaron atrás la herriza y se adentraron en el bosque de pinos. Pusieron especial cuidado en no resbalar en aquel tramo del sendero que aparecía encharcado y trazado por las raíces de los pinos.

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Un poco más abajo, junto al arroyo y a la sombra de unos hojaranzos, localizaron una seta muy vistosa de colores anaranjados. Posó cual modelo, sin cobrar y sin rechistar.

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Siguieron adelante y se adentraron en el alcornocal. A partir de ahí el andar se tornó alegre, cruzaron la pequeña carreterilla, sortearon la angarilla, vadearon el arroyo de Puerto Oscuro por el puente de madera y sin darse cuenta ya estaban en la laguna. No le prestaron casi ni atención, la dejaron a su derecha y siguieron adelante. Cinco minutos más tarde ya estaban en el punto donde todo había comenzado por la mañana temprano y…

El timbre del teléfono le hizo volver a la realidad, con mucho esfuerzo se levantó del mullido sillón y se aproximó a la mesita.

Descolgó el aparato —Sí, dígame

—Buenos días, ¿cómo estás? montañero — le contestó una voz entrecortada que le resultó muy familiar

—Buenos días… pues tirando. ¿Has leído la prensa? —le preguntó a la vez que esbozaba una sonrisa

—Sí, amigo mío… si por eso te llamo. Es que hemos quedado…

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7 respuestas a III Quedada Bloguera

  1. kiko dijo:

    Que en estos próximos treinta años, todos estemos para poderlo recordar y comentar. Un presente-futuro muy bonito y a la vez triste, sabiendo que si no lo aprobechamos al máximo, la edad nunca nos esperará. Felicidades Carlos, me ha gustado mucho la manera de como lo has enfocado, en ese día inolvidable.

  2. Jose Manuel AV dijo:

    Quillo que me emociono. Alguna que otra vez he pensado que no llego a los 80 y vas tu y escribes esto. Bueno, pensándolo bien, yo no tengo hija … (jeje)

    • sotosendero dijo:

      Pues hay que cuidarse, que tenemos que asistir a la XXI edición… por lo menos, aunque llevemos una mula para portear las mochilas, je je. Me agrada una jartá que te haya emocionado mi breve relato,

  3. Amalio Román Amarillo dijo:

    Muy original y emotiva manera de expresar la quedada, un saludo.

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