Vereda de la Estrella

Güéjar Sierra, 17 de Junio

No le hicimos caso al consejo que nos dio la afable forestal acerca del camino a seguir, ni tan siquiera cuando intentó persuadirnos alertándonos de la severa subida de la Cuesta de los Presidiarios. Se nos había metido entre ceja y ceja empezar por donde la mayoría termina y acabar donde todos comienzan. Más tarde comprobaríamos que nuestra decisión fue la acertada, pero vayamos por partes.

Tardaremos en olvidar aquel agradable rato en la plaza del pueblo a la caída de la tarde, cuando refrescaba. Qué bien nos supo el refrigerio, casi tanto como la tapa gratis con la que suelen acompañarlo en estas lejanas tierras del este. Y allí que estuvimos sentados los cuatro alrededor de una mesa en amena charla, lucubrando acerca de todo lo que nos depararía el día siguiente.

El tiempo pasó volando, se había hecho de noche y dejamos de ver las montañas que asomaban tras los tejados. Abandonamos la plaza del pueblo y allí que quedaron los chavales jugando a la pelota. Y ya en mi parca habitación de puertas a medio terminar, en este pequeño pueblo granadino de gentilicio “azahón”, tardé poco en caer en los brazos de Morfeo.

Ya estamos en el sendero, el sol lo tenemos delante, nos molesta y nos calienta. Estos primeros veinte minutos de marcha tienen su conque, comienzan a desperezarse esos músculos que tienes por ahí abajo por el tobillo, los de la planta del pie, en los deditos, en el muslo, en la pantorilla… algunos desconoces que los tienes y por supuesto no sabes ni cómo diablos se llaman. Y ahí van despertando, unos más haraganes que otros y a cada zapatazo que das pues se van engranando tendones, músculos y ganas, sobre todo ganas.

Cuando llevas media hora de marcha ya la cosa ha cambiado, avanzas pletórico, acompasas la respiración, inflas los pulmones, empinas la barbilla, sonríes, eres capaz de comerte cualquier cuesta que te pongan por delante.  Ojú que caló.

Tras pasar unos cuantos recodos excavados en la ladera, miras abajo y compruebas con espanto que no llegas a ver al río pero sí a oírlo, truena en lo más profundo de la garganta, amenazador. Genil.

Y avanzas mentalizado para acometer cualquier subida que te pongan por delante, te detienes con los brazos en jarra, analizas el panorama de lo que tienes ante ti y ahora resulta que no se trata de tediosa subida sino pronunciada bajada.

Tenemos que bajar tanto que desde aquí arriba lo que suponemos bravo río parece manso regato. Y sabemos que está ahí porque sus aguas brillan entre las ramas de los árboles. Bajamos tanto y tan rápido que la temperatura se torna agradable. Vadeamos el río por un recio puente de madera, el de Los Burros.

Bueno, pues este agradable y fresco lugar en lo más profundo de la garganta es la antesala de la Cuesta de los Presidiarios. Miramos arriba y no vemos más que bosque y más bosque. El sendero parte a la izquierda del puente y comienza a subir entre los árboles. A cada alpargatazo que damos nos acordamos del consejo de la agente forestal y maldecimos no haberle hecho caso. Apretamos los dientes, seguimos subiendo, callados, en silencio.

El caminito zigzaguea por la ladera y poco a poco va cogiendo altura. Nos hemos detenido en varias ocasiones, bebemos, hace calor. Solo espero que los tres litros de agua que llevo en la mochila sean más que suficientes.

A nuestra derecha, en la otra ladera discurre la Vereda de la Estrella, por ahí volveremos a la caída de la tarde.

Poco a poco conseguimos dominar la interminable cuesta. Trasponemos y el sendero se estabiliza, “recupera sus constantes vitales” y mantiene una misma cota.

Estos lugares nos agasajan con unas hermosas vistas. Ante nosotros un recóndito valle del que desconocemos su nombre. A estribor un extenso bosque se desparrama por la montaña y a babor desnudas laderas empinadas donde atinamos a ver algunos bancales de piedra, discretos, antiguos. Suponemos que otrora ahí se debió cultivar centeno, mucho más resistente al frío que el propio trigo.

Queda poco para alcanzar la cima de la montaña en la que estamos y cuando lo conseguimos nos quedamos boquiabiertos, resulta que nos saluda el Mulhacén, el techo de la Península Ibérica.

A partir de este momento permanecería ahí, en ese mismo sitio, durante toda la jornada velando por nosotros cual Ángel de la Guarda.

Lo vertiginoso de estos parajes no había hecho más que empezar. Nosotros… aún no lo sabíamos.

El bosque deja de ser bosque y las encinas empiezan a repechar por los salientes. Pronto tenemos ante nosotros el primer sitito donde el sendero se torna imprudente y se agarra a las piedras, describe un giro así como con peralte a la siniestra y a la diestra… pues prefiero no mirar a la diestra.

Aquel paso no ha sido más que la antesala de todo lo que nos espera más adelante. Y nosotros sin saberlo. Nos volvemos a adentrar en el bosque.

La cima de la montaña resulta ser extensa asemejando meseta. Localizamos un refugio de recias paredes en medio del tupido bosque, el de la Cucaracha. Nogales y algún que otro cerezo cargado de ácidos frutos adornan el apartado lugar.

Debemos continuar adelante y tomamos tal dirección que si trazáramos una línea recta nos llevaría al mismísimo corazón de Sierra Nevada. Las altas gramíneas escoltan el sendero, pronto aquel bucólico lugar ha quedado atrás y más pronto aún cae en el olvido.

El paisaje cambia tanto que nos sobrecoge. Mientras que antes la senda discurría entre los árboles, bajo la protección del bosque, ahora las pocas encinas que quedan son casi tan valientes como nosotros.

Cuál párvulo que al colorear no quiere salirse de la raya así seguimos el sendero. Sin perder la atención, permanecemos alerta y en continua tensión. En algunos puntos la trocha se torna tan peligrosa que cualquier tropezón puede ser fatal.

No sabéis cuanto agradezco en estos momentos ir estrenando botas, sus marcadas suelas de excepcional agarre me están devolviendo hasta la confianza y es que últimamente salía a pechugazo por jornada de campeo.

Hace un momento dejamos atrás el pequeño refugio del Aceral y ahora hemos de salir del barranco. Nos hemos detenido un momento y estamos preguntándonos quién ha sido el mentecato que se ha llevado el sendero, suponemos que el robo ha debido ser esta noche. Maldita sea.

El sentido común nos empuja a seguir adelante y para ello hemos de repechar por las piedras, hacia el bosque de pino albar que tenemos delante.

Ojalá fuese capaz de plasmar en una foto la verticalidad de estos parajes. Estamos tan arriba que la Vereda de la Estrella no es más que un fino trazo en la ladera que tenemos enfrente. Nuestra trocha y la vereda deben coincidir en algún punto más adelante pero no veo el momento, solo sé que avanzamos y avanzamos y sigue estando allí muy abajo, delgadita, escuálida.

Me temo que un poco más adelante debe haber tal caída que nos veremos obligados a emplear pezuñas de cabra.

Donde antes había dos nubes ahora se han acumulado doscientas y todas las tonalidades del gris se dan cita sobre nuestras cabezas. Baja la temperatura.

Por fin conseguimos localizar a lo lejos el punto donde coinciden nuestro sendero y la Vereda de la Estrella. Se trata de un puente sobre el río Real, a poco de llamarse Genil, probablemente el primero que lo vadea. Lo oteamos desde las alturas y comprobamos que nos queda un buen rato para llegar a él.

La montaña se torna benévola y hace que la bajada hasta el río no sea tan dura como en un principio creíamos. Ya hemos llegado al puente que vimos muy pequeñito desde las alturas. Aquí daremos buena cuenta de nuestro menú de mochila.

Almorzamos de cara a la impresionante montaña de la que acabamos de bajar mas por mucho que escudriñamos su ladera no somos capaces de localizar el sendero que nos ha traído hasta aquí.

Tras la ingesta nos hacemos una foto de grupo con la Alcazaba al fondo, vigilante. El río discurre alegre y ruidoso a nuestra espalda.

El 50% de la expedición se adentra un poco más allá en unos solitarios parajes donde reina el sonido del agua. Delante nos saludan las cumbres más altas de toda Hispania.

Aguas arriba del río Valdeinfierno buscamos un lugar de enigmático nombre: Cueva Secreta.

No tardamos en localizar lo que parece serlo y el lugar no nos defrauda. Se trata de una enorme piedra que no osamos aventurar si ha venido rodando ladera abajo hasta detenerse aquí, ha quedado dispuesta de tal forma que sirve de cobijo. Alguien se ha empleado a fondo en construir dos recios muros de piedra a cada lado hasta convertirla en un refugio que jamás será cueva.

De haber tenido más tiempo para observar con detenimiento el lugar habríamos caído en la cuenta de que el suelo está meticulosamente cubierto de unas gramíneas a modo de camastro y que estas mismas gramíneas están cortadas en pequeños haces en el exterior del refugio, secándose. Que la “habitación” está a medio hacer y que el lavado de cara está teniendo lugar en este preciso instante, tanto como que raídas prendas de vestir están amontonadas afuera. Tengo la sensación de que nos vigilan.

No accedemos al interior para no molestar a quién allí pudiera morar pero sobre todo porque no nos hemos traído la “Guía de campo de pulgas ibéricas y otros pequeños seres molestos. 3ª edición”.

Debemos volver sobre nuestros pasos y reagruparnos con el otro 50% de la expedición. Comienza a llover, los goterones son tan orondos que cuatro casi llenan vaso, de los de ridículo café.

Apretamos el paso, ahora sí caminamos por la Vereda de la Estrella, ya iba siendo hora. A la diestra el Genil discurre alegre, bravo y saltarín. Y tanto salta que nos asombran sus bellas y ruidosas cascadas.

Volvemos la vista atrás y nos sorprende la sinuosidad del sendero por el que nos movemos. En el horizonte el Mulhacén se mantiene vigilante, tal y como ha permanecido durante todo el día cuál Ángel de la Guarda.

Esta escena me resulta familiar y lo cierto es que no sé de qué. Juraría haber visto antes estos solitarios paisajes de vertiginosos desfiladeros, de pasos estrechos, de agrestes laderas, de picos que saludan en la lejanía…

Y una vez en casa, días después, ordenando libros antiguos he encontrado uno cuya portada me llama poderosamente la atención: “Le secret de la Grotte Secrète”.

Ya decía yo que me sonaban aquellos recónditos parajes.

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10 respuestas a Vereda de la Estrella

  1. Selu dijo:

    Cuando aquí colgamos las botas por el calor, siempre nos queda Sierra Nevada, ya van tres años visitándola y nunca nos defrauda, y menos con buena compañía.

  2. Carlos dijo:

    Enhorabuena por vuestro paseo, saludos cordiales.

  3. Manuel Sanchez Raposo dijo:

    que me has hecho recordar Carlos con esta fantastica cronica. Enhorabuena

  4. gori dijo:

    Magnifico….buen report….mejores fotos.

  5. david moya nuñez dijo:

    Deliciosa lectura Carlos como siempre.Hacia tiempo que no me tomaba el susodicho de sentarme y leer tus crónicas de montaña y senderos.Una delicia. Por cierto…la “Guia de pulgas….”…no la he encontrado en internet jejeje. La comparacion de la portada del libro con tu foto, fantastica!

    • sotosendero dijo:

      Amigo David, me alegra que te haya gustado esta crónica. Los de la guía, creo que andan liados con la 4edición, dicen que vendrá con especímenes vivos para identificarlas mejor, je je. Lo de la portada, pues todo hecho en casa, hasta los adornos de las esquinas, la foto es del amigo Miguel. Un abrazo

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