Sternbergia colchiciflora

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No daba crédito a lo que tenía ante mí, qué desastre. Todas las Sternbergia colchiciflora presentaban sus pétalos partidos y algunas de ellas… ni tan siquiera estaban. Parecía mentira que el día anterior las hubiésemos estado fotografiando y hoy no quedase ni un solo ejemplar en buenas condiciones.

En principio no supe qué había ocurrido. Me apoyé en una piedra y la noté húmeda, me sorprendió ver agua en sus huecos, pronto se despejaron mis dudas. Un virulento chaparrón caído durante la noche había hecho de las suyas siendo el culpable de tal desaguisado. Devastación.

El día anterior no nos resultó fácil localizarlas a pesar de contar con pistas claras que nos habían facilitado otros botánicos. Además, muchas de las carreteras de la sierra estaban cortadas al tráfico con motivo de la celebración de una prueba deportiva, Titán no sé cuantitos. No había un solo cruce donde no estuviera apostada una pareja de la Benemérita, tal es así que hubimos de plantear itinerario alternativo en dos ocasiones.

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A pesar de estas pequeñas vicisitudes llegamos a nuestro destino. Aún teníamos por delante unos dos kilómetros de marcha. Una temperatura ideal. Nos echamos los bártulos a la espalda e iniciamos la caminata. Y conseguimos localizar cuatro ejemplares en el mismo borde del camino, de parvulario, escuálidos, con esa característica tonalidad amarillenta… pálidos.

Este encuentro fue casual, nadie nos habló de ellos. Nuestro particular “mapa del tesoro” tenía marcada una equis un poco más adelante, unos quinientos metros ladera arriba.

Como toda buena marca que se precie señalada en un manoseado “mapa de tesoro” siempre es… orientativa. Sorteamos un puente de madera que vadeaba un arroyo seco y llegamos al lugar donde se suponía moraba la pequeña planta. Abandonamos el sendero y nos desperdigamos por aquel lugar.

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Pronto adoptamos la postura “de buscar”, sí, esa postura que te mantiene en alerta con el cuello inclinado, mirando al suelo, rastreando con unos ojos que enfocan y desenfocan a la velocidad de la luz. Descartando determinados colores, formas y texturas. Te olvidas del cielo, de los árboles, de los pajarillos, incluso de los que te acompañan, hasta de los problemas, te concentras.

Solo miras al suelo y oyes, porque… evidentemente sigues oyendo. Y de repente alguien dice: “aquí hay una”, entonces el cuello vuelve a su posición original y diriges la mirada hacia el lugar de donde procede el sonido. No consigues ver a nadie, afinas la mirada y caes en la cuenta de que el ojeador está oculto entre las gramíneas.

Está tan quieto que asemeja un león agazapado, cazando, llega un momento en que dudas que se trate de uno de tus compañeros. ¿León agazapado?, tu imaginación te juega una mala pasada y hasta ves las dos orejitas que sobresalen de entre las altas hierbas, incluso te preguntas si no habrá un circo cerca y alguien se ha escapado. Sigilosamente te pones de puntillas y escudriñas las gramíneas, en ese preciso instante vuelves a oír: “aquí hay una” a la vez que levanta el brazo. Y ya te aproximas sonriendo cuidando muy bien de no contar a nadie lo de tu león imaginario.

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La pequeña flor amarillenta de no más de 3 centímetros no daba para mucho juego. Incluso uno de sus pétalos estaba roto. Pero es lo que había, me coloqué las rodilleras y me puse a su altura. No me gustó lo que vi y le disparé de mala gana.

Conseguimos localizar algunos ejemplares más, unos catorce o quince en total. Caí en la cuenta de que se trataba de una especie harto complicada de fotografiar. Ni tan siquiera podías jugar con la profundidad de campo. Llegué a fotografiar todos los pies pero ninguna de las fotos me convenció.

Como gato que no ha saciado su instinto cazador me dispuse a buscar alternativas, mientras mis compañeros de expedición seguían entretenidos con una de las modelos decidí subir por la ladera que teníamos enfrente. Me calé el sombrero y así con fuerza la cámara. Aparte las ramas de una adelfa y pisé una enorme piedra en el seco cauce del arroyo para pasar al otro lado.

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Una vez en la otra vertiente conseguí localizar más ejemplares de Sternbergia colchiciflora pero ya no les hice ni caso. Sí me llamaron la atención unas Scilla autumnalis de no más de 10 centímetros de altura. Me resultó atractivo ese contrate del morado de sus inapertas florecillas con los tonos pajizos de alrededor.

Tuve la oportunidad de elegir una entre la multitud de pequeñas plantas que moraban aquella ladera y me saludaban al pasar. Una de ellas me pareció especialmente atractiva, situada en un pequeño promontorio y detrás, a modo de decorado… los tonos pajizos del estío.

Me tendí en el suelo entre las gramíneas y me dije en voz baja:”dejad que las garrapatas se acerquen a mí”. Clavé los codos en la tierra y me encaré la cámara, miré por el visor y me gustó lo que vi. Disparé varias veces jugando con la profundidad de campo y los tonos y matices pajizos de detrás.

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Cuando sacié mi apetito, me puse de pie y de dos manotazos, me sacudí los pantalones. Bajé por la ladera hasta donde estaban mis compañeros y me sorprendió que siguieran enfrascados con la misma modelo que los había dejado antes.

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Aquello parecía un baratillo, trastos y más trastos desparramados a su alrededor: paraguas, mochilas, difusores, cámaras, trípodes e incluso 2 gafas, una “para cerca” y otra “para lejos”.

Me subí en una piedra, era el sitio y pensé que aquella sería la foto del día. A mis pies estaban mis compañeros, concentrados en captar la esencia de aquella planta tallicorta que no vestía sus mejores galas. No quise desaprovechar aquella oportunidad que se me brindaba de inmortalizar el momento y les disparé sin ningún tipo de miramiento.

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Esta breve expedición botánica terminó como suelen terminar todas, pues con una cerveza bien fresca en la plaza del pueblo, en el bar del amigo Rodri, viendo pasar ciclistas y más ciclistas. Y es que… cada uno se entretiene con lo que le dejan.

A José Ramón, Manuel, Sam y Sue.

 

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4 respuestas a Sternbergia colchiciflora

  1. Manuel dijo:

    Me ha encantado, eres único e irrepetible.

  2. antonio orozco dijo:

    Gracias, por compartir tus vivencias y saber, a ver si alguna vez nos encontramos por esos campos de dios, un saludo.

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