Colada de las Veredas

La noche no fue lo fresca que se esperaba y el domingo se presentó despejado y estival. La noche antes, mientras cenábamos en casa de José Manuel y Marián un delicioso pollo al cuscús, decidimos recorrer la ribera del río Guadares, Gaduares, Guaduares o Campobuche, este río tiene una “jartá” de nombres. El topónimo de Campobuche hace referencia, según me contó José Manuel, a la presencia de buches en estos llanos. El buche no es otra cosa que un pollino.

Serían las once de la mañana cuando los siete componentes de la “expedición” (Juan, José Manuel, Pablo, Juanca, Marián, Pepi y el escribiente) pusimos rumbo a Campobuche. En las proximidades del Alcornoque de las Ánimas el río pasaba completamente seco y ganado palurdo rumiaba cerca de los piruétanos. Decidimos continuar por la pista hasta el Llano de Apeo.

En la bajada vimos como unos majanos equidistantes unos de otros salpicaban los pastos. La nota de color a aquella monotonía amarillenta la ponía el agradable tono rosa del cardo de Liga (Atractylis gummifera).

Visitamos este lugar antes del verano, entonces en el arroyo de los Álamos se mantenían charcas que albergaban una ingente cantidad de diminutos sapos corredores (Bufo calamita). Por estas fechas nada de nada, ni agua ni sapitos, y es más, ni se les espera.

Visitamos el cercano Dolmen de Patalagana, también llamado de Lajares o del Alamo, en unas condiciones pésimas de conservación, totalmente colmatado. Un dolmen es una construcción megalítica de finales del Neolítico con la función de sepulcro colectivo

Tras un recodo del polvoriento camino dimos con el cortijo de Patalagana, no hace mucho aquí elaboraban, de manera artesanal, ese queso de cabra que hoy en día es tan conocido.

Bajo una enorme encina descansaba un rebaño de ovejas merinas. Otro rebaño, mucho más numeroso, de cabras payoyas bajaba en fila india desde una loma cercana hasta el abrevadero.

Nos adentramos más y más en aquel apartado lugar por la Colada de las Veredas. A nuestra izquierda una bella estampa: las estribaciones calizas de los Lajares, la Breña y el Tinajo con picos que superaban los 1.000 metros, y a nuestra derecha el Cerro Casi, de 975 metros, cubierto éste con un bosque formado por alcornoques y encinas

Por estos lares se entremezclan la formación caliza, típica de la Sierra de Grazalema, y la arenisca.

El calor apretaba y te resecaba la garganta, de haber sido un sendero con desniveles hubiéramos sudado “lagotagorda”. Las cebollas albarranas (Urginea maritima) se erguían cual estandarte desafiando las altas temperaturas y la sequedad del entorno.

Llegamos hasta el arroyo de las Adelfas, afluente del río de los Álamos. Ahí decidimos dar la vuelta y acometer el camino de regreso.

Habíamos oído hablar acerca de la existencia de una tumba excavada en la piedra en las inmediaciones del Cortijo de Patalagana.Subimos a una laja cercana que consideramos óptima para este tipo de construcciones pero no conseguimos encontrar nada que se le pareciera a una tumba antropomórfica.

Llegamos al coche, nos quitamos las mochilas de la espalda y pusimos rumbo al pueblo, no sin antes parar en el Puerto de los Alamillos a refrescarnos el gaznate. No entonamos el “pobredemí” porque aún nos quedaba toda la tarde para pasear por las calles de ese hermoso pueblo serrano que es Grazalema.

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