Torreón

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Temprano…, muy temprano, amanecía y el sol comenzaba a despuntar por unas montañas que estaban hacia el Este, un sistema montañoso de silueta inconfundible recortado en el horizonte. Una silueta a la que algunos le han encontrado similitud con una mujer dormida, aunque yo más bien diría…Bella Durmiente, y es que se trata de un lugar único que atesora parajes de indudable belleza: La Sierra de Grazalema.

Y me dirigía hacia allí con el propósito de coronar el punto más alto de todo aquel sistema montañoso: El Torreón (1.654 m).

La carretera…, tranquila. La temperatura…, baja. El cielo…, despejado. Y yo…, absorto con mis pensamientos y, a ratos, imaginando el sendero que discurría por aquella ladera de pendiente tan acusada que era visible desde casi cualquier punto de la provincia.

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Mi amigo Selu me había invitado a recorrer este sendero de acceso restringido que subía al Torreón. Y es que Pepe, su amigo, había obtenido un permiso para seis personas. Quedamos a las 9 de la mañana en la bolsa de aparcamiento que había en la carretera camino de Grazalema.

Y allí que llegué casi 20 minutos antes de la hora acordada, como siempre. Y es que prefiero esperar a que me esperen. Pronto llegó el resto de la comitiva, aparcaron el coche junto al mío y… presentaciones, saludos y apretones de manos.

Cruzamos la carretera y pasamos junto al cartel que informaba del sendero e indicaba la obligatoriedad de acceder con permiso. Subimos por una franja de terreno “chaspao” a modo de cortafuegos y sorteamos la moderna angarilla metálica. En lo alto de un cerrito, bajo una enorme encima, encontramos aparcado el todo terreno de la Junta aunque el guarda no estaba allí.

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En esta ocasión los miembros de la expedición éramos cinco: Selu, Pepe, Fernando, Rafael y un servidor,… el escribiente. Dejamos atrás el cortafuegos y comenzamos a subir por un sendero empinado y lleno de piedras, grandes y pequeñas.

A la cabeza del pelotón, Rafael, de 80 años. Sí…, ochenta años, no me he equivocado al escribir la edad. Todo un referente y un aliciente para mí, que ojalá con su edad pueda seguir practicando esta afición que tanto me apasiona: La naturaleza y casi todas sus variantes.

El sendero zigzagueaba por aquella ladera empinada como pocas a la sombra de enebros, sabinas, pinsapos y encinas. Nos llamó la atención el tamaño y la edad de algunas sabinas, de troncos negros retorcidos, agrietados y poblados de líquenes.

Nos encontramos algunas vacas palurdas en medio de la senda. Rafael pegó dos voces y pronto que se apartaron subiendo por la ladera entre aquel espeso bosque.

En un recodo del sendero nos esperaba el guarda. Al llegar a su altura nos pidió la documentación y Pepe se la mostró. Allí charlamos durante un buen rato de conocidos, parientes y vecinos. Unos de Villaluenga, otros de el Bosque, de Grazalema…

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Seguimos ladera arriba y el sotobosque dejo de ser espeso y variado. Alcanzamos una cota que sólo se atrevían a colonizar encinas achaparradas y desnudos mostajos. Protegidas entre enormes piedras calizas también moraban brillantes adelfillas.

Y un poco más arriba la especie dominante pasó a ser la atocha o lastón. Una gramínea que antiguamente se usaba para techar chozos y rediles. El terreno aparecía cubierto de atocha y salpicado de piedras tapizadas de líquenes.

Llegamos a un lugar donde la tierra era completamente negra y cómoda de andar, se parecía a esa turba de las tiendas de jardinería. Más allá el sendero de hundió en una coqueta dolina, muy sombría. Pronto salimos de ella y alcanzamos una cota tan alta que desapareció todo atisbo de vegetación arbustiva y por supuesto arbórea.

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Y un poco más adelante, antes de coronar la cima, ya ni hubo sendero ni nada que se le pareciera. Fuimos subiendo por un terreno escarpado y un poquitín arriesgado. Dos empujones más y alcanzamos la cumbre.

Rafael nos había guiado hasta allí arriba a un ritmo pausado y uniforme. Al llegar a la cima dijo: “el que empieza el sendero como joven, termina como viejo”.

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Y allí, en lo más alto de toda la provincia de Cádiz, inmortalizamos el momento y nos hicimos la foto de grupo. Disfrutamos de las vistas y de la belleza del paisaje mientras unos confiados acentores alpinos nos hacían compañía.

Desde aquella atalaya, con mayúscula, disparé varias tandas de fotos para montar una panorámica. Bien es verdad que había algo de bruma pero sabe dios cuándo volvería a subir allí otra vez…, ¿con 80 años?

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En días claros se oteaba toda Cádiz, Sierra Nevada, África e incluso la ciudad de Sevilla, en esta ocasión no habíamos tenido tanta suerte, a ver si la próxima…De todos modos nos tiramos un buen rato identificando picos, sierras y pueblos. Gastamos casi una hora de la jornada en el punto más alto de la provincia, y nos supo a poco.

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Llegaron más grupos de senderistas, unos numerosos y otros non, y decidimos que había llegado el momento de iniciar el descenso. Bajamos de la cumbre casi practicando “culing”, llegamos al sendero y Rafael volvió a encabezar la expedición. Nuestra intención era localizar un sitio para dar buena cuenta de nuestras viandas, y dimos con él un poco más adelante, una dolina salpicada de encinas de pequeño porte y poblada de atocha.

Clavé el bastón en el suelo, me quité la mochila de la espalda, puse la cámara en el suelo a su sombra y busqué la botellita de agua. Empiné el codo para dar un trago y, en ese momento, Pepe me ofreció su bota de vino. Me la encaré, apreté y el vinito de color rojo me refrescó el gaznate. Había dejado de beber pero de la bota seguía saliendo vino y me manché la ropa. Pepe me dijo: “ya irás cogiendo práctica…, a Selu también le pasaba”.

Sacó de la mochila una fiambrera con queso payoyo y chorizo, y allí degustamos aquel piscolabis muy tranquilos y serenos, pero sin sentarnos. Fuimos pasándonos la bota de vino, entre charla y charla, hasta que casi se secó. Recogimos la mesa y reanudamos la marcha, aún nos quedaba un buen trecho por delante.

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Bajamos de cota y nos adentramos en el bosque que habíamos abandonado in the morning. Fernando avistó un grupo de cabras monteses que se solaban sobre unas piedras en la otra ladera, tranquilas,…sabedoras de que eran las dueñas y señoras de aquellos parajes.

Empleamos mucho más tiempo en bajar que en subir, íbamos más pendientes del sendero que del paisaje. Siempre atentos a no pisar una de esas puñeteras piedras que te podían hacer caer. De hecho a mí me pasó, resbalé, caí y a punto estuvo la cámara de golpearse contra el suelo. Me levanté, me sacudí el pantalón y retomé el camino. Selu, que me seguía, me comentó haber visto la caída como en cámara lenta.

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Nos apartamos un momento del sendero para asomarnos a un mirador, desde aquella atalaya vimos cómo la carretera aparecía y desaparecía entre el tupido bosque de mucho más abajo. En frente teníamos los Llanos del Berral, la Sierra de la Silla y el Albarracín. A la derecha y mucho más lejos, pues… Prado del Rey, Villamartín, Espera, Arcos de la Frontera y Bornos.

Y antes de lo previsto ya habíamos bajado hasta donde teníamos los coches, consultamos el GPS y comprobamos que la distancia recorrida había sido bastante corta,…unos 7 kilómetros, pero con un desnivel muy acusado. De todos modos y a pesar de la que la ruta estaba catalogada con nivel de dificultad ALTA por todas las guías de montaña, a nosotros no nos pareció así.

Estoy pensando que, a lo mejor, esta apreciación se la debemos a nuestro líder en la expedición: Rafael. Desde un primer momento mantuvo un buen ritmo de marcha uniforme, no perdimos ni el resuello y paso a paso alcanzamos aquella cumbre tan emblemática: El Torreón, la cúspide de la provincia de Cádiz.

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Habíamos echado una jornada de senderismo estupenda en muy buena compañía, para repetir. Y ya en casa, por la noche, decidí cortar un poco de queso payoyo, por supuesto. Lo sostuve en mis manos y vi que en la pegatina del queso aparecía Rafael, nuestro maestro de ceremonias e intrépido guía de 80 años.

Y aprovecho que habéis leído esta crónica de la subida al Torreón para desearos a todos una Feliz Navidad.

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7 respuestas a Torreón

  1. Carlos dijo:

    Igualmente, ochenta veces feliz Navidad.

  2. Selu dijo:

    Qué buen día echamos Carlos, lo pasamos bien tanto por la naturaleza y los paisajes como por la camaradería entre los que íbamos. Que viniese Rafael fue un puntazo, nos dio una lección a todos.

  3. Felices Fiestas para ti también. Nos vemos.

  4. ajreina dijo:

    Sotosendero Hace ya algunas semanas que sigo vuestro blog y veo las publicaciones que haces. Enhorabuena tanto por los post como por las bonitas imágenes que haces de la experiencia vivida…

  5. Juan Carlos dijo:

    Hola he revivido lo que hice hace dos meses con tu relato y la subida, solo que no tuve la suerte de ir acompañado con personas añejas y sabias de la vida como Rafael con su edad quien lo diría, bueno feliz navidad a todos y enhorabuena también a Rafael por sus 80 torreones.

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