Silene gazulensis

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Nos habían dicho que hacia el Este, en unas tierras onduladas de suaves colinas y salpicadas de pequeños bosquetes existía una fortaleza donde vivía una bella princesa.

Bien podría ser el inicio de un relato épico de caballeros de brillantes armaduras, de monturas enjaezadas, de torneos y mandobles en buena lid, de asedios, de ejércitos…, y también de princesas, sobre todo princesas.

Lo cierto es que tenemos todos los ingredientes, pero…

Unos cuantos amigos nos habíamos propuesto visitar un lugar mágico que existe por tierras de Alcalá: Peña Arpada, un promontorio calizo que se yergue, asemejando una fortaleza, en medio de unas tierras tranquilas y solitarias de suaves colinas desarboladas.

Este paraje es el área de distribución a nivel mundial de una especie botánica única: Silene gazulensis, uhmmmm… la bella princesa.

Mayo, mucho calor, la primavera en su punto álgido y el campo comenzando a secarse inexorablemente.

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Y allí, a los pies de aquel promontorio rocoso, nos encontrábamos seis “caballeros” sin armadura ni montura, sin arietes ni escalas pero con cámaras, difusores y trípodes dispuestos a tomar al asalto aquella fortaleza que se nos antojaba inexpugnable.

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Iniciamos la subida junto a un arroyo de aguas salobres y pasamos entre un rebaño de ovejas esquiladas que asemejaban alabarderos y tropas de infantería. Se apartaron a nuestro paso y continuaron a rajatabla con su escrupulosa dieta vegetariana baja en calorías.

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Llegamos al collado, pasamos una angarilla que hubimos de abrir entre tres y continuamos ladera arriba. La vegetación nos llegaba más arriba de la rodilla, sorteamos otra alambrada más y pronto comenzamos a entretenernos con las especies botánicas que nos encontrábamos a nuestro paso.

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Aún nos quedaba un buen trecho hasta llegar a la “fortaleza” y nos topamos con un bello ejemplar de Phlomis herba-venti, mientras unos desplegaban trípodes y blandían difusores, yo estrené mi paraguas difusor translúcido que siguiendo la Ruta de la Seda había venido desde Hong Kong,… buena compra.

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José Ramón y yo estábamos tan entretenidos con fotografiar aquella planta que no nos dimos cuenta de que el resto del grupo había seguido adelante. Me puse de pie y decidí retomar el camino, José Ramón se quedó allí, entre las altas hierbas, con el trípode desplegado haciendo ese tipo de fotos que él solo sabe hacer.

Seguí caminando ladera arriba y vi cómo la sombra de mi silueta se proyectaba en la vegetación que tenía ante mí. Llegué a otra alambrada que sorteé por un saltadero, miré atrás y dejé de ver a José Ramón.

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Pasé al otro lado y seguí el rastro de los demás miembros gracias a la hierba aplastada. Un poco más adelante desapareció todo rastro y huellas y me encontré más solo que la una.

A mi derecha Peña Arpada, mucho más cerca pero igual de inexpugnable. En este punto decidí acometer la subida final de una vez por todas. Poco a poco me fui aproximando a las primeras formaciones rocosas, pasando bajo los matorrales e intentando no resbalar. En dos ocasiones tuve que dar la vuelta por lo inaccesible de aquellos parajes hasta que localicé un pequeño puerto junto a una higuera.

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Por allí accedí a un lugar que asemejaba el patio de armas de una fortaleza. Di dos voces y nadie me contestó, estaba solo, no tenía ni la más remota idea de dónde estaban mis compañeros de expedición. Seguí subiendo entre aquellas paredes pétreas y me encontré una piedra de molino, cubierta de líquenes,  entre la vegetación. También me topé con los restos de una construcción en la parte superior de una enorme piedra.

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Las osadas grajillas me sobrevolaban curiosas y desafiantes. Subí por aquellas piedras ayudándome de las manos y metiendo los pies en pequeños resquicios. Accedí a una atalaya y oteé, unos metros más abajo, un arco pétreo.

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En este punto llegué a la conclusión de que por allí no estaba el resto de la comitiva. Volví sobre mis pasos y bajé hasta el “patio de armas”. En una de aquellas enormes piedras y orientada casi a poniente localicé a la Silene gazulensis,… la bella princesa.

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Bueno…, pues ya había localizado a la especie botánica que andábamos buscando. Ahora sólo me quedaba encontrar al resto del personal. Oí unas voces en medio de aquella soledad, me subí a una piedra que flanqueaba el puerto por el que accedí al “patio de armas” y conseguí verlos.

Venían subiendo por la empinada ladera, Paco miró hacia arriba y dijo:

– Mira, si Carlos ya está arriba.

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Por el pequeño puerto todos accedieron al “patio de armas”. Una vez allí, nos reagrupamos y nos aproximamos a la enorme piedra donde moraba la bella princesa. Sólo conseguimos localizar un ejemplar en flor, para ser más exactos con dos únicas flores. Habíamos llegado tarde, el resto de pies había florecido hacía tiempo y presentaba cápsulas henchidas.

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Nos pusimos hasta nerviosos, rápidamente desplegamos trípodes y todos nuestros artilugios de fotografía. Y allí la fuimos fotografiando ordenadamente por turnos establecidos de… “me quito, ahora te toca a ti”.

Estuvimos un buen rato en aquel paraje orientado a poniente donde hacía un calor de mil demonios. Tanto como que me calé el sombrero para proteger mi cabezota. La bella princesa moraba en aquella piedra a distintas alturas, la única con flores era la que estaba situada más abajo, casi a ras de suelo.

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Cuando todos la habíamos fotografiado a diestro y siniestro nos entretuvimos con otras especies botánicas del entorno y nos desperdigamos por aquel “patio de armas” que era un auténtico vergel.

Me separé del grupo intentando localizar nuevos ejemplares de Silene, fui caminando entre aquellas enormes piedras con la vegetación hasta las rodillas. Pisé una piedra, rodó y perdí el equilibrio, y allí que caí entre las altas hierbas. Y sólo veía eso… hierbas. Me puse de pie, me sacudí los pantalones, me quité algunas púas de las manos y seguí adelante como si no hubiera pasado nada.

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En aquel lugar decidimos hacernos la foto de grupo y de esta guisa nos captó el objetivo de mi cámara. Seis auténticos aventureros, o mejor dicho…“caballeros” que sin montura enjaezada ni brillante armadura habían conseguido asaltar la inexpugnable fortaleza para ver a la bella princesa.

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Y caía la tarde cuando decidimos abandonar aquel lugar, bajamos del promontorio rocoso, sorteamos las dos alambradas y cruzamos las colinas cubiertas de altas hierbas. E incluso hubo tiempo de que el amigo Manuel estuviese a punto de perder una de las gafas, uhmmmm… “las de cerca”.

Pasamos la última angarilla y miramos atrás, la agradable luz del atardecer iluminaba con tonos sepias el promontorio rocoso. Y allí quedó aquel increíble paraje, o mejor dicho… fortaleza, tan tranquila como nos la habíamos encontrado.

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Pues nada…, fin del relato. Y debo reconocer que subí a aquel promontorio rocoso para localizar modelos para mis dibujos. Y es que ahora… me ha dado por dibujar silenes.

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Y sólo me queda añadir el enlace de los blog de mis compañeros de expedición:

arasdesuelojr.blogspot.com.es

– florasilvestrechiclanera.blogspot.com.es

chusay.blogspot.com.es

 

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11 respuestas a Silene gazulensis

  1. Carlos dijo:

    Me gusta Carlos, ya hemos estado ahí en dos ocasiones y el embrujo del lugar me encanta. Saludos

  2. Isidro G, Cigüenza dijo:

    Carlos: el relato, las fotografías y la oportunidad del estallido primaveral han hecho la realidad el pneuma romántico que me conmueve. Gracias.

  3. David dijo:

    Muy buena crónica como siempre Carlos!Te sales!Teneis mérito con estas calores pero la buena compañia siempre anima.Y ese paraguitas…tambien jejeje

  4. ¡Qué gozada de relato y de fotos! Me ha gustado mucho. Un saludo.

  5. pako blanco dijo:

    carlos como siempre no se si el relato supera a las imagenes o al reves muy bueno gracias

  6. sotosendero dijo:

    Pues nos dijo que ya tenía ganas de qur alguien la fuera a ver

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