La Laguna del Moral

Aquí estamos como dice la letra de aquella canción de Willie Nelson «…on the road again». Molinos y más molinos orientados a sur con aspas de movimiento lento salpican las tierras de Medina, a nuestra derecha sobre una loma, la silueta del Castillo de los Alburejos. Avanzamos a 120 por hora por la autovía de Los Barrios en dirección a Alcalá de los Gazules. Si la semana anterior pateamos algunos lugares de la ladera occidental de la Sierra del Aljibe, ahora vamos a recorrer un sendero en su vertiente oriental, nuestro objetivo es visitar la Laguna del Moral.

Cruzamos Alcalá y enfilamos la carreterilla hacia Puerto Cáliz y después… a la Sauceda. Aquí aparcamos como pudimos en el arcén de esa carretera que, de seguirla, nos llevaría hasta Jimena de la Frontera. Trasteé en el maletero del coche para «apreparar» la mochila, metí las botellas de agua, la comida, el trípode y ajusté un paraguas, tras esto me la eché a la espalda, encendí la cámara e iniciamos la subida.

El sinuoso sendero discurre por un canuto que da sombra al arroyo Pasadallana, afluente del Hozgarganta. Bajo los enormes quejigos nos topamos con varias piedras de molino abandonadas junto al sendero, una de ellas entre zarzas y otra dispuesta a modo de merendero en un claro del bosque,…un poco más arriba los restos de una alberca. Son claros indicios de que otrora estos lugares estuvieron densamente poblados.

Continuamos con la subida y llegamos a un lugar donde hay unos refugios destinados al turismo rural, aquí cruzamos el Pasadallana por un pequeño puente de madera y tras un repecho llegamos a una explanada, aquí encontramos un horno de leña en desuso y las ruinas de lo que fue una ermita.

Dejamos atrás la explanada y, tras pasar una angarilla, llegamos a una bifurcación del sendero. Si tomáramos el de la izquierda nos llevaría a aquel lugar donde fotografiamos los Hojaranzos en primavera, de continuar, y tras mucho subir y subir, alcanzaríamos el Pico del Aljibe, máxima cota de estas sierras y del PN de los Alcornocales. Pero ese no era nuestro plan para esta ocasión, si queríamos  visitar la Laguna del Moral debíamos tomar el sendero de la derecha, y así lo hicimos.

Aquí coincidimos con una pareja de Mijas, José Antonio y Lorena, que pretendía subir el curso alto del Pasadallana con la intención de fotografiar unas caídas de agua, para posteriormente subir al Pico del Aljibe. Cuando le comentamos nuestro destino, sin pensárselo dos veces, se unieron a nuestra “expedición”. Y allí fuimos hablando de nuestra pasión por la fotografía y de nuestras variopintas salidas al campo.

Desde aquella bifurcación el sendero discurría por una pista forestal bajo el manto de un  tupido bosque de alcornoques, en el estrato inferior numerosos helechos con sus hojas completamente marrones, y aquí y allá setas de diversas especies.

Llegamos a un pequeño puerto, desde aquí el sendero comenzó a descender y el alcornoque volvió a mezclarse con quejigos en los canutos, abandonamos la pista en una pronunciada curva e iniciamos el ascenso por un bardo. Aquí el terreno aparecía embarrado y resbaloso. A nuestra diestra una alambrada marcaba claramente nuestro camino y a la siniestra unas exuberantes laderas boscosas.  Tras alcanzar un recodo del sendero nos topamos con una zona despejada de vegetación, piedras apiladas marcaban lo que en su día pudo ser una era. Nos llamó la atención la existencia de un maltrecho castaño. Un poco más adelante las ruinas de una vivienda que debió de tener techo a dos aguas a la vista de los muros que quedaban en pie. Disponía de varias estancias, así como lo que suponemos sería una cuadra. Helechos, Ombligos de Venus y muchos líquenes colonizaban muros y huecos de ventanas. Un poco más allá varias vacas palurdas pastaban tranquilamente entre los árboles.

Poco o poco fuimos avanzando por aquel cómodo sendero y llegamos a un lugar donde observamos que los  troncos de los alcornoques eran de enormes proporciones, se erigían cual vigilantes de una zona despoblada de vegetación a nuestra derecha. En aquella dirección miramos con la intención de ver la Sierra de Grazalema pero no pudo ser, un manto de nubes bajas envolvían el Valle de la Sauceda y la visibilidad era reducida.

Enfilamos una nueva subida y tras ésta, casi sin darnos cuenta, el sendero comenzó a bajar. A partir de aquí nos adentramos en un lugar sombrío y húmedo donde los árboles alcanzaban una altura considerable. Sorteamos un pequeño arroyo y llegamos a la Laguna del Moral.

Allí estaba, oculta y protegida por una bella floresta compuesta de alcornoques y quejigos. Un lugar tranquilo y recóndito, presto monté el trípode e inicié mi particular y personal sesión de fotos, el chaval de Mijas hizo lo propio.

Estábamos allí fotografiando aquel hermoso lugar cuando llegó un grupo de senderistas, su visita fue efímera y al abandonar el lugar, volvió el silencio a aquel paraje. La lámina de agua parecía un espejo donde se reflejaban las ramas cubiertas de hojas amarillentas de un enorme quejigo. El perímetro de la laguna aparecía protegido por una alambrada para impedir el acceso al ganado.

Este bello rincón localizado en las laderas del Aljibe puede parecer distinto dependiendo de la época del año en que lo visites. Mientras en primavera el canto de los pájaros, el croar de las ranas, el sonido del cuco y el incesante picoteo del Pito picapinos inundan el bosque, por estas calendas el silencio lo impregna todo, sólo interrumpido en esta ocasión por el graznido de unos arrendajos que no conseguimos ver.

José Antonio, el chaval de Mijas y compañero de “expedición”, continuó fotografiando setas y detalles del entorno durante un buen rato. Tras esto decidió entonces volver hasta las cascadas en el Pasadallana y emprendió el camino de vuelta, aquí nos despedimos. Le facilite la dirección de mi web personal,…por eso de seguir en contacto cambiando impresiones de nuestras aficiones en común. Apretón de manos y…hasta la vista.

Llegó la hora del almuerzo, el paraje quedó completamente en silencio, sólo quedábamos nosotros dos, sobre unas pequeñas piedras dispuestas en círculo dimos buena cuenta de nuestras viandas. Y Allí estábamos, tranquilos y pausados, en lo más intrincado de la espesura del bosque, en la orilla de una pequeña laguna que parecía mentira que existiera, rodeados de una floresta exuberante de altísimos alcornoques y en una ladera salpicada de piedras cubiertas de líquenes. El suelo aparecía cubierto de hojarasca y salpicado de setas de diversas especies.

Tras la ingesta, “recogimos la mesa” y todo volvió a la mochila, incluso las biodesagradables cáscaras de las naranjas, ¿ o debo decir mondas ?. Junto a la laguna existe un quejigo que es el abuelo del lugar, un enorme árbol del que no nos atrevimos a calcular su edad. Monté la cámara en el trípode, ajuste el temporizador en 10 segundos, pulse el disparador y allí corrí a trompicones, sorteando piedras y arbustos, hasta llegar al árbol para hacernos la foto de rigor.

En el camino de vuelta decidí llevar el trípode en ristre y así lo hice. La vuelta iba a ser más pausada, fotografiando rincones y detalles del bonito sendero.

Desde lo alto de una pequeña loma vimos, allí muy a lo lejos, el Peñón del Buitre como surgiendo de la espesura del bosque. Entonces se me vino a la mente aquella ocasión, hace ya unos años, cuando deambulaba por estos lugares con mi amigo Juan. El sendero de la Laguna del Moral nos había sabido a poco y decidimos ir hasta aquel promontorio rocoso, recuerdo que era Mayo y hacía un calor tremendo, recuerdo que llegamos a un claro del bosque cubierto de gramíneas, recuerdo que numerosas garrapatas nos subían por los pantalones y te las tenías que quitar a manotazos.

Eso fue en aquel entonces, ahora nos conformamos con volver tranquilamente deteniéndonos en cualquier rinconcito a fotografiar cualquier detalle de la increíble naturaleza que nos rodea.

Dejamos la pista y nos adentramos en una ladera poblada de alcornoques, el suelo del bosque aparecía cubierto de hojarasca de donde, de vez en cuando, emergían grupos de setas. Aquí coincidimos con un buscador de setas que portaba una canasta en el antebrazo, llegaba a una seta o grupo de ellas, se detenía e intentaba identificar la especie mediante la consulta de una guía de campo. Unas aficiones son más arriesgadas que otras, es evidente. Conversamos y me indicó que sólo se atrevía a recolectar aquellas especies que conocía bien. Mientras hablábamos, vimos como unos rayos de sol se filtraban entre las ramas de los árboles iluminando unos helechos de color marrón en el suelo del bosque, el colorido de aquella escena me pareció muy atractivo, de hecho monté la cámara en el trípode, lo ajusté al desnivel de aquella ladera y disparé.

Continuamos con nuestro sendero hasta llegar a la explanada donde estaban las ruinas de la ermita y el horno, cruzamos de nuevo el puente sobre el Pasadallana y tras esto, enfilamos rumbo hacia donde iniciamos el sendero.

Continuamos descendiendo por aquella ladera boscosa hasta llegar a aquel lugar por el que pasamos por la mañana, sí, donde estaba la piedra de molino dispuesta a modo de merendero, el lugar estaba tranquilo y dispuse trípode y cámara para fotografiarlo. Oí un ruido en la espesura del bosque y gire la vista, allí estaba de nuevo el buscador de setas, me saludo con la mano y yo le correspondí.

Tras esta corta sesión de fotos decidí plegar el trípode definitivamente, que no la cámara. Lo metí en su funda y lo ajusté en la mochila. Continuamos con el sendero, muy tranquilo a estas horas, resulta que esta mañana coincidimos con un viaje organizado, y este lugar en concreto parecía una feria. Padres y niños atentos a las explicaciones de un guía que disertaba de ecosistemas, biotopos, endemismos…

Serían las 5 de la tarde cuando llegamos al aparcamiento, nuestro punto de partida. Aquí volvimos a coincidir con el buscador de setas, me contó que había encontrado una cierva muerta donde estaba la piedra de molino, sí, cerca de donde le saludé. Pensé para mí -pues me lo podría haber dicho, ¿no?.

Me quité la mochila de la espalda, guardé la cámara en su funda, nos acomodamos en el coche, encendí el motor y emprendimos  el viaje de vuelta. Habíamos estado siete horas rodeados de una naturaleza exuberante, unas siete horas que nos habían sabido a poco.

Nos detuvimos en la venta de Puerto Gális a tomar un cafelito. Allí hablamos con el ventero, ojizarco muy agradable que nos contó que no cerraba ningún día, que la vida en aquel paraje era dura y que, entre otras cosas, para llevar a sus hijos al colegio tenía que tomar una sinuosa carretera de montaña hasta la población más “cercana”: San José del Valle. Vaya tela…y nosotros estamos quejosos.

Dejamos atrás la venta, el Picacho, Alcalá de los Gazules, el curso alto del río Barbate, Medina Sidonia y llegamos a Jerez. El día había dado para mucho y volvíamos relajados, habíamos “degustado” una inolvidable jornada de senderismo en un lugar increíblemente bello, rodeados de una naturaleza desbordante, visitando una laguna que si no nos dijeran que estaba allí no nos lo creeríamos.

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9 respuestas a La Laguna del Moral

  1. vera49 dijo:

    Hace poco tiempo que estuve por allí, antes de las lluvias. Ahora está en su esplendor. Aunque este sitio, en cualquier época tiene una luz especial . Muy buenas fotos, Carlos. Saludos de pacovera

  2. Bonitas fotos. Que bien captas el colorido y los contrastes del otoño. Esta singular laguna guarda una atmósfera misteriosa.

  3. GORI dijo:

    gran report!!! grande vosotros!!!

  4. aries-1956 dijo:

    He estado viendo tus reportajers y me parecen estupendos. Me puedes decir si este sendero de Las Lagunas del Moral está señalizado. Muchas gracias y enhorabuena.Antonio

  5. Jesús dijo:

    Hola bonito reportaje, para ir a la laguna del moral hay que pedir permiso? y la carretera es peor que la de Grazalema?

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