Puerta del Coargazal

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Pues nada, aquí estoy con el cubo lleno de agua y no sé qué fuego apagar. No sé si clasificar las especies botánicas que he fotografiado, montar una panorámica con sus flechitas, sus topónimos, sus desplazamientos laterales y sus cositas…, o bien meterle mano a la crónica.

Y lo de meterle mano a la crónica es un menester que tiene algo así como fecha de caducidad, o la redactas en caliente o se te van yendo la ideas. Es como el que coge agua con las manos, que más pronto que “ojú” se te escurre entre los dedos. Y si tardas mucho en hacerlo solo te queda la idea justita para un escueto y ridículo pie de imagen, y además… lo haces como sin “cariño”. Y es lo que dice mi padre: “Niño, las cosas se hacen bien o no se hacen”.

Lo cierto es que al principio te entra una pereza…, hasta que no tienes una idea clara de cómo enfocarla tu cabezota está dando vueltas como el perro antes de echarse. Hasta que en la última vuelta…, se echa. Y ya la verborrea comienza a fluir, y vas pulsando las teclas e incluso te sorprende a la velocidad que lo haces…y diossssss… ahora ya no puedo paraaaaar, de hecho ahora mismo mis dedos van de por libreeeee… ALTO.

Uf…, menos mal que he conseguido detener esto, si no…, el prólogo hubiera llenado cientos de folios. Bueno…, vamos a lo que vamos.

Existe un apartado y recóndito paraje que pocos conocen a pesar de que todos los que hemos transitado por la Sierra de Grazalema hemos pasado por delante de él. Es un lugar tan escondido que incluso sabiendo que está ahí puedes no llegar a localizarlo.

Y esto que narro es lo que aconteció en esta jornada de senderismo en la que nos echamos la mochila a la espalda con el firme propósito de visitar la Puerta del Coargazal, un paraje inhóspito y recóndito.

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Nuestra particular aventura comenzó en el Puerto del Boyar. Salimos del coche y notamos que había bajado la temperatura, entonces caí en la cuenta de que venía un tanto desabrigado…, eso ya no tenía solución. Trasteamos en el maletero y cogimos mochilas y bastones.

Empezamos a subir camino del Puerto de las Presillas, entre pinos, majuelos y jóvenes endrinos. Un poco más arriba nos topamos con el escuálido y seco cauce del Guadalete, nuestro río.

Dejamos atrás un bosque de pinos de repoblación y nos aproximamos a una ladera empinada por donde serpenteaba el sendero entre piedras calizas de caprichosas formas. Observé las plantas del entorno y noté que la primavera estaba muy avanzada, mucho más que el año anterior.

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De hecho recuerdo, por estas calendas, haber localizado en las grietas muchos pies de Biscutella frutescens vistiendo sus mejores galas con sus flores amarillas. En esta ocasión ya todos presentaban silículas.

Por el contrario Silene andryalifolia estaba en su máximo esplendor, adornando las grietas de las piedras con sus flores blancas y hojas aterciopeladas.

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Iniciamos la subida por el empinado sendero cubierto de pequeñas piedras traicioneras y encontramos a la Amapola de Grazalema. Y ante ella me detuve, me descolgué la mochila y me puse de rodillas. Ni para orar ni para venerarla, solo con la intención de captar con mi cámara la belleza de esta singular especie que es todo un símbolo de nuestra sierra.

Y como suele ocurrir siempre, en ese preciso instante, se levantó una suave brisa de aire que no dejó de mover la flor. Entonces decidí dejarlo para la vuelta y retomamos el sendero.

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Subimos al Puerto de las Presillas y ante nosotros nos encontramos una enorme extensión a modo de meseta salpicada de encinas, lajas, pendejos y aulagas en flor de un amarillo tan intenso que parecían estar encendidas.

Fuimos caminando por el agradable sendero en dirección al farallón rocoso que teníamos delante. Tras él se encontraba El Simancón, en el mismísimo centro de la Sierra del Endrinal. Sí…, ese sistema montañoso que imprudentes e indocumentados analógicos y digitales eligen para extraviarse. Se trata de un lugar al que hay que tratar con mucho respecto.

Llegamos a un cruce de senderos y saludamos a un grupo de senderistas que estaba sentado sobre las piedras dándose un respiro. Nosotros giramos a la derecha y continuamos con nuestro deambular por aquellos parajes.

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Llegamos a una pared de piedra y…, aquí debo hacer un inciso. En crónicas anteriores yo llamé “murete” a este tipo de construcciones, pero un amigo mío me hizo ver que este término resultaba un tanto despectivo…, y tenía razón.

Y me explicó la ardua labor que suponía mantener en buenas condiciones este tipo de construcciones. Y me habló de cobijas y de escoger las piedras idóneas para ser colocadas a conciencia siguiendo unos criterios transmitidos de padres a hijos.

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Llegamos a una pared de piedra, abrimos la angarilla y pasamos al otro lado. El sendero se dibujaba en la hierba verde no dando lugar a dudas. Miramos a la derecha y vimos algunas vacas pastando junto a un antiguo pozo de nieve, totalmente colmatado.

Y nos quedamos admirando el paisaje… y en eso estábamos cuando nos alcanzó el grupo de personas mayores que habíamos visto antes.

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Se me acercó una señora y me preguntó si yo era Carlos, al asentir me dio incluso dos besos. Mantuvimos una amena conversación durante un buen rato, venían de Ubrique, ella me comentó que seguía mi blog, el de Jesús y también el de los Trotones. Me confesó que gracias a nuestras publicaciones su grupo estaba visitando lugares que no sabía ni que existían, a pesar de ser gentes de la sierra. Y nos hicimos una foto para el recuerdo.

Ellos siguieron adelante y nosotros nos quedamos allí embelesados ante la grandiosidad de aquellos parajes. Y en eso estábamos cuando pasaron Faustino y Lolo, del Club Montañero Sierra del Pinar. Saludos y apretones de manos. Después me enteré que subirían al Simancón.

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Y calculé que había llegado el momento de abandonar el sendero. De seguir adelante hubiéramos llegado a la Casa del Dornajo, precisamente por ahí es por donde volveríamos después. Miré hacía la crestería que teníamos delante a la derecha y adiviné un pequeño puerto. Comprobé que no había pasos difíciles para llegar a él y nos salimos del sendero. Caminamos entre enormes encinas con el sol detrás. Fuimos esquivando formaciones rocosas e intentando no meter el pie en agujeros ocultos por la vegetación y sin apenas dificultad llegamos al pequeño puerto.

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Muy abajo, ante nosotros un pequeño valle donde pastaban muchas vacas palurdas y retozaban sus terneros. Y enfrente otra crestería que habíamos de sortear y otro puerto que nos pareció el único lugar por donde podríamos pasar al otro lado.

Bien…, ya teníamos marcado un nuevo objetivo. Este no era otro que bajar hasta donde pastaba el ganado, subir por la otra vertiente y cruzar por el puerto. Y allí que fuimos con sumo cuidado sorteando lajas y vegetación.

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Pronto pasamos al otro lado y nos encontramos con una amalgama de picos de similar cota que no tenían ni nombre. Sabíamos que todo aquello era el Coargazal y que por ahí debía estar el lugar que buscábamos.

Y allí nos desorientamos un poquitín, nuestra intuición nos decía que debíamos seguir adelante. Una cosa sí teníamos clara, y es que no podía ser en el primer pico que teníamos enfrente, debía estar mucho más allá.

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Seguimos cruzando el valle, localizamos un hito de piedras apiladas a la derecha y pensamos que por ahí podríamos acceder al lugar que estábamos buscando. Comenzamos a subir por la ladera siguiendo los “benditos” hitos, unos separados y otros muy juntos.

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Poco a poco fuimos cogiendo altura y nos adentramos en un lugar increíble. Troncos y ramas de encinas cubiertas de líquenes y pasos tan estrechos entre las piedras que asemejaba un laberinto. Oscuridad, y tanta humedad que el suelo aparecía tapizado de plantas que en otras cotas ya estaban completamente secas, aquí las encontramos en su máximo esplendor.

Y llegó un momento que estábamos tan cerca de la cima que caímos en la cuenta de que se terminaba la montaña…, y no habíamos localizado el puñetero sitio. En algún punto nos habríamos desorientado y errado el sendero… maldita sea. Y en aquel laberinto, rodeados de vegetación y piedras, nos miramos los cuatro y en un principio no supimos qué hacer. Ya no había ni hitos ni nada que se le pareciera.

Miré a mi derecha y vi muchas plantas de atocha aplastadas, opté por seguir ese paso de fauna. Fui subiendo hasta que poco antes de alcanzar la cima di con la puerta… la encontramos.

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Los demás apretaron el paso y llegaron a mi altura. Nos apoyamos en el tronco de una encina que estaba en la parte superior y nos quedamos boquiabiertos ante aquel sitio tan singular. Nos pareció increíble que la naturaleza hubiera modelado aquella oquedad horadando la montaña.

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Bajamos hacia su boca y accedimos al interior. Una corriente de aire frío y húmedo se coló por el túnel, tal es así que me tuve que colocar la camiseta que llevaba dobladita en la mochila. Ya un poco más abrigado me deleité con las paredes de la oquedad y sobre todo con lo que se veía al otro lado.

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Y allí estuvimos entretenidos un buen rato, fotografiando aquel paraje desde dentro y desde fuera. Me salí de la oquedad y miré a la izquierda, hacia arriba, entonces se me ocurrió alcanzar la cima. Cogí la mochila y comencé a subir, esquivando piedras y vegetación, y poco a poco fui cogiendo altura hasta que alcancé la arista.

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Llegué arriba y oteé la Sierra del Pinar enfrente, el sitio no me pareció el más idóneo para hacer una de mis panorámicas. Seguí saltando de piedra en piedra por la cresta hasta alcanzar el punto más alto y accedí a una balconada, ese lugar me pareció perfecto y avisé a mis compañeros que estaban mucho más abajo.

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Una vez allí arriba nos sorprendieron las vistas que ofrecía aquel lugar. Desplegué el trípode, le ajusté la cámara y dispuse figurantes. Pulsé el disparador y nos hicimos una foto de grupo.

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Aquella balconada orientada hacia el norte era el sitio idóneo para intentar hacer una de mis panorámicas, y en eso estuve atareado un buen rato mientras mis compañeros de expedición estaban sentados y embelesados con las impresionantes vistas que nos ofrecía aquel lugar.

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Y una vez hecha la tarea decidimos reemprender la marcha, salimos de la balconada y seguimos subiendo por la arista hasta alcanzar la cima. Desde aquella atalaya vimos el Simancón y en la lejanía distinguimos personas caminando. Después sabría que se trataba de los amigos del Club Montañero que había saludado antes.

Emprendimos el camino de vuelta y volvimos a pasar junto a la puerta, un poco más abajo encontramos el sendero marcado por hitos de piedras apiladas. Y allí que fuimos bajando por aquella ladera cubierta de bosquetes de pequeñas encinas entre paredes de piedra, un auténtico laberinto.

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Unos metros más abajo llegamos al solitario valle y en esta ocasión giramos a la derecha. El sendero se mantuvo a una misma cota y el andar se hizo alegre y ligero. Recuerdo haber recorrido este mismo valle hace ya unos años… y sabía que la salida era mucho más adelante por un estrecho paso donde existía una pared de piedra y una angarilla.

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A la diestra el sendero estaba presidido por una formación montañosa de acusados desniveles que se nos antojó inhóspita: Las Jauletas. Cruzamos un bosque de pinos donde nos topamos con las ruinas de una casa, y un poco más adelante localizamos varios rediles que aprovechaban las formaciones pétreas del lugar. En uno de ellos encontramos peonías que ya tenían frutos. Seguimos adelante y llegamos a la angarilla, la sorteamos y accedimos al otro lado.

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Nos llamó la atención el incesante canto de un cuco, afinamos la mirada y conseguimos localizarlo en las desnudas ramas de una encina seca.

Un poco más arriba nos sorprendió que hubiera una alambrada que recorriese toda la afilada cresta de la montaña, y lo hacía siguiendo todos y cada uno de sus intrincados desniveles. Y nos pareció una auténtica obra de ingeniería que aquellos retorcidos hincos de madera estuvieran allí. Retomamos la marcha y unos metros más adelante localizamos un pilón rectangular tallado en la piedra.

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Entre las ramas de una encina oteamos nuestro siguiente objetivo: La Casa del Dornajo. Bajamos al Valle de Las Encinas Gemelas, continuamos subiendo por la otra vertiente y llegamos a la casa. Este fue el sitio elegido para dar buena cuenta de nuestro menú de mochila. Y allí almorzamos, a la sombra de una encina a cuyos pies vimos un pequeño dornajo tallado en la piedra.

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En la sobremesa me di una vuelta por los alrededores y observé con detenimiento los muros que quedaban en pie de aquella casa “tan de antes”.

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Tras la ingesta todo volvió a la mochila. Decidimos que había llegado el momento de volver y retomamos el sendero. Visitamos unos bancales que había un poco más arriba de la casa y nos llamó la atención el tronco retorcido de una morera. Un poco más arriba un bosquecillo de chopos, unos vivos y otros non.

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Dejamos atrás los bancales y fuimos subiendo por el sendero que nos sacaría del Circo del Dornajo. A nuestra derecha las altas estribaciones de la Sierra del Endrinal y a nuestra izquierda picos, picos y más picos, por donde habíamos pasado por la mañana.

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Y en aquella subida nos fuimos deteniendo de vez en cuando para contemplar el paisaje, miramos al suroeste y oteamos la Sierra del Aljibe. Llegamos a un puerto presidido por una pared de piedra que estaba casi derruida, y un poco más adelante pasamos por el punto concreto donde habíamos abandonado el sendero por la mañana.

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El pozo de nieve, una pequeña bajadita, un repecho más y nos topamos con la pared de piedra. Abrimos la angarilla y nos dirigimos hacia el Puerto de las Presillas.

Ante nosotros se presentó de nuevo la crestería de la Sierra del Pinar.

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Las tonalidades del atardecer embellecieron aquellos parajes, las aulagas estaban incluso más radiantes y nos fuimos entreteniendo con las especies botánicas que nos fuimos encontrando, y es que… como ya teníamos la tarea hecha.

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Llegamos a una laja casi horizontal que nos pareció el sitio idóneo para hacernos una foto de grupo, y así fue, con la Sierra del Pinar como telón de fondo…, casi “ná”.

Y me he extendido tanto en esta crónica, que no sé…, uhmmmm… ni que fuera la última.

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19 respuestas a Puerta del Coargazal

  1. Carlos dijo:

    Un sitio «to guapo», creo que merece la pena acercarse cualquier día de estos. Saludos

  2. charomora dijo:

    Bonit crónica y magnífico espacio. Dan ganas de visitarlo.

  3. Bonita ruta Carlos, y como siempre, una crónica genial.
    Por cierto, veo que fotografiaste la Papaver rupifragum, me alegro, al igual de que seas tan famoso, te conocen en todos sitios, jejeje.
    Un abrazo.

    • sotosendero dijo:

      Fue ponerme a fotografiar a la Papaver y se levantó una brisita que…, bueno, Manuel, qué quieres que te cuente que tú no sepas…, lo de siempre. Al sitio volveremos, así que para la próxima te apuntas

  4. AGL dijo:

    Felicidades: una crónica excelente y unas fotos geniales.

  5. pako blanco dijo:

    a un dia asi se le pone una cronica a corde con ese gran paisaje por cierto la amapola de grazalema ha quedado inmensa.

  6. Jesús Ortiz dijo:

    Muy buena crónica amigo Carlos!!! Desde el pozo de nieve colmatado en descenso se enlaza con el llano del charaván rapido sin dar muchos rodeos. Me ha alegrado ver a mis paisanos Pepe Ríos y compañía. Desde la cumbre se observa al fondo el bonito pilón de Coargazal labrado en lo alto de la ladera creo que se te ha pasado, y ya en el Dornajo yo siempre que voy no puedo evitar visitar el grandioso quejigo del Dornajo el cual en esta fecha ¡debe de estar espectacular! A ver si coincidimos Carlitos y os muestro la ruta que planteamos (que la meteorología nos impidió realizar) de los aljibes y pilones de nuestra Sierra. Enhorabuena por tan bonita entrada. Saludos

    • sotosendero dijo:

      Llegamos al Llano del Charaván desde arriba, sin dificultad. El pilón lo estuve buscando desde arriba y no lo encontré… y mira que había visto fotos desde ese sitio, cachis… Y lo de tus paisanos…, pues que quieres que te diga Jesús, que ojalá con su edad estemos nosotros «pegando camballás» por esos montes de dios. Y lo de la salida que tenemos pendiente… pues habrá que dejarla para la temporada próxima, ¿no?

  7. José María Fernández Zapata dijo:

    Impresionante crónica. Mis felicitaciones, como siempre.

  8. Precioso reportaje y bonita ruta.

  9. Impresionante la ruta, bonitas fotos y espectaculares paisajes. Como siempre “Chapeau”..
    Un saludo,,

  10. David dijo:

    Como siempre Carlos, magnifica crónica!Me encantó leerte.Me transporta al lugar.Espero poder algun dia acompañarte.Lo que mas envidia me ha dado es esas hircinum aaahhhhggg ,esa no la tengooooo!jejeje.Saludos!

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