Garganta del Espino

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Y allí que fuimos a visitar una cascada que nos habían dicho que por aquellos lares existía, tanto empeño pusimos en aquel menester que conseguimos localizarla.

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Para llegar a aquel paraje hubimos de cruzar unos bujeos embarrados y las pergañas en las botas casi convirtieron nuestro caminar en una penitencia. En las piedras del camino nos quitábamos algo de barro, tarea que servía para bien poco ya que no habíamos andado ni diez metros y volvíamos a estar otra vez igual. Y así fue nuestro deambular por aquellos parajes, lento y pesado, hasta que el sendero se encajonó entre dos enormes piedras, pasamos al otro lado y todo cambió.

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Nos rodeó una vegetación exuberante. Oímos un arroyo que bajaba alegre entre adelfas, alisos y lentiscos, la algarabía de los pajarillos en la floresta, el cielo gris amenazando lluvia y la humedad que reinaba en aquel paraje nos hicieron caer en la cuenta de que aquel sitio no nos defraudaría.

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Pero lo que más nos llamó la atención fueron las enormes formaciones de arenisca que surgían de la espesura del bosque. Cubiertas de líquenes y de formas caprichosas, todas ellas modeladas por el inexorable paso del tiempo.

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Y allí que fuimos aguas arriba buscando la cascada de la que nos habían hablado. Las formaciones pétreas estaban dispuestas de tal forma que asemejaban murallas. Cual paredes inexpugnables se encargaban de proteger lo que atesoraba aquel lugar.

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El estrépito del agua nos avisó de que el lugar que andábamos buscando no debía estar lejos. Iba en cabeza y tras un repecho conseguí dar con ella, me quedé boquiabierto ante lo que vi, supe que la imagen de aquella cascada de aguas bravas que se precipitaba desde lo más alto… perduraría durante mucho tiempo en mi retina.

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Sentados en unas piedras que presiden aquel espectáculo nos hicimos una foto para el recuerdo. Con la cascada a nuestras espaldas.

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Y ya que estábamos allí decidimos explorar los alrededores, comenzamos a subir por una empinada ladera poblada de jaras y algún que otro alcornoque, y tanto empeño pusimos en aquella empresa y durante tanto tiempo que cuando nos detuvimos y echamos la vista atrás caímos en la cuenta de que habíamos subido una “jartá”.

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Tanto subimos que la impresionante cascada dejó de serlo y desde aquellas alturas no fue más que un ridículo salto de agua, perdido allí abajo en lo más profundo de la garganta.

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El matorral se cerró tanto que se hizo impenetrable y en ese momento decidimos volver por donde habíamos venido. Y en la bajada, poco a poco, nos volvimos a adentrar en la espesura del bosque y una vez más el sonido del agua lo inundó todo.

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Nos propusimos vadear el arroyo mas sus aguas eran tan turbulentas que en un primer intento no nos pareció que aquel fuera el lugar más idóneo para hacerlo. Buscamos alternativas y allí que me vi en medio del cauce agarrado a una adelfa, manteniendo a duras penas el equilibrio, viendo pasar el agua. Miramos a la otra orilla y allí nos esperaba una enorme piedra inclinada, húmeda y resbaladiza, dispuesta de tal forma que de saltar al otro lado habríamos perdido, repechando, todas las uñas de los dedos de las manos y quién sabe si también las de los pies.

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No nos pareció buena idea vadear aquel impetuoso arroyo, ya teníamos un motivo para volver en otra ocasión con la esperanza de que el caudal fuese menor.

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3 respuestas a Garganta del Espino

  1. espectacular sitio Carlos, un saludo

  2. Manuel dijo:

    Otro sitio y relato espectacular.
    Un abrazo Carlos.

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